Anoche llegó a su fin la serie Cuéntame un cuento, una propuesta breve aunque original en su planteamiento: cada episodio adaptaba de forma bastante libre un cuento clásico, con reparto y tramas independientes, y con la colaboración de actores más o menos conocidos de la pequeña y la gran pantalla. Por ejemplo, hemos visto a Blanca Suárez haciendo de Blancanieves, Michelle Jenner y Aitor Luna como Bella y Bestia, a Blanca Portillo como bruja de Hansel y Gretel, y Arturo Valls haciendo de atracador idiota. ¿El resultado? Un «progresa adecuadamente», gracias.
Ya me explayé en su día explicando por qué no me gustó el capítulo dedicado a los Tres Cerditos, igual que también dediqué un post a alabar lo que sí me había gustado de Blancanieves. Pero la diferencia está en los detalles y, en líneas generales, la entrega ha sido poco cuidadosa a la hora de hilar sus narraciones. Ya saben a qué me refiero: sobreabundancia de cosas del «porque sí»; elementos sacados de la manga, soluciones de última hora que dan al traste con todas las maquinaciones del villano… además, claro, de razonamientos ilógicos y benditas casualidades.
Seguro que saben qué quiero decir: la cobertura telefónica que viene y va en función de lo que le cuadre al guionista; la policía que llega o no dependiendo del interés de la historia; la pista que sutilmente se ha ocultado dejándola a plena vista… Mi favorito, que se ha repetido en casi todas las historias, ha sido la afición de todos los personajes por la fotografía en papel. Vale que el rol de Blanca Portillo en su episodio fuera de fotógrafa; acepto que vaya cargada con una cámara Polaroid, e incluso estoy dispuesto a creerme que utilice para sus fotos una máquina del año de maricastaña convenientemente sincronizada —no sé cómo— con todos los flashes de su estudio. Vale. Ella sí puede tener fotos en papel. El resto no. Claro, las elipsis han servido para camuflar la lógica de este tipo de tonterías. Imagínense la escena del personaje del primer episodio llevando las fotos de su noche de espionaje a revelar; o las imágenes incriminatorias del final del cuento de Caperucita. Así, para tener en papel. Carrete de treinta y seis con álbum de regalo. Y en formato de 15×20, señor fotógrafo, que son para planificar un delito, usted sabe.
Carrete de treinta y seis con álbum de regalo. Y en formato de 15×20, señor fotógrafo, que son para planificar un delito, usted sabe
Las «casualidades» de este tipo pueden parecer pequeñeces en una trama más compleja, y sobre todo cuando se ha tratado de rizar el rizo hasta lo desmesurado. Pero no se crean que son baladí. Los detalles, al final, son el pegamento de una historia mayor. Anoche la trama de La Bella y la Bestia se solucionó por una oportuna llamada de móvil cuando minutos antes se nos había mostrado que no había cobertura en la zona, habiéndose además realizado la mayor parte de las conversaciones telemáticas del episodio como videollamadas por Internet.
En cualquier caso creo que el principal defecto generalizado de todas las tramas ha sido el poco tino a la hora de dosificar la información. Quizá por remedo de los cuentos literarios, se ha seguido un orden cronológico tan lineal como poco interesante, en mi opinión. Se ha terminado mal en ocasiones, dejando la cuestión a medias, y cuando se ha querido hacer un final feliz ha resultado impostado y casi forzado, como en el caso de Hansel y Gretel.
¿Pero no había dicho que «progresa adecuadamente»? Lo cierto es que sí. Sutilezas aparte, me parece que la producción de Cuéntame un cuento es de aplaudir. No sólo han logrado reunir un plantel bastante solvente a nivel interpretativo, sino que además han hecho gala de una factura visual francamente envididable para lo que nos ofrece la producción de series en nuestro país. Hay exteriores, hay planos de acción, hay secuencias de montaje, hay juegos fotográficos y, en resumidas cuentas, hay inquietud por hacerlo bien y huir del escenario fijo y la iluminación extradiegética. A veces mejor, a veces peor, la producción ha acompañado visualmente al guión. No se ha dicho todo en narrador —aunque sí bastante—, y por momentos se ha conversado con el espectador como con alguien inteligente y capaz de entender una narración audiovisual.
Han hecho gala de una factura visual francamente envididable para lo que nos ofrece la producción de series en nuestro país
Parece que poco a poco estamos superando viejos traumas de otras épocas y nos estamos atreviendo a emitir productos con mejor acabado, con mejor presencia… incluso aunque no superen los cinco episodios de duración. Cuéntame un cuento tal vez no haya sido de sobresaliente, pero ha hecho un loable esfuerzo que es digno de alabanza. No hay matrícula, pero hay progreso, y eso pinta bien.
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