La historia de Cyrano de Bergerac es bastante conocida. No tanto la del personaje real, que lo fue, como la de su alter ego literario, inmortalizado en el drama decimonónico de Edmond Rostand. Poeta de inigualable lucidez, el drama lo retrata como alguien ducho tanto en el manejo de la lengua como en el manejo de la espada. Sin embargo, su fealdad, a menudo sintetizada en una prominente nariz, lo aleja de su objetivo vital: el amor de su prima Roxanne. No obstante, la realidad es todavía peor para él, ya que su amada está, a su vez, enamorada de otro que, según parece, también le corresponde.



En la película de Joe Wright (Orgullo y prejuicio, Expiación), la prominente nariz ha sido sustituida por la estatura de su indiscutible protagonista, Peter Dinklage, conocido mundialmente por su trabajo en la serie Juego de Tronos. La trama, bastante ortodoxa: la prima Roxanne no solo le rompe el corazón sin saberlo al confesarle su amor por otro, más guapo, sino que además le pide que lo proteja y apadrine en el cuartel donde ambos sirven.
Por si fuera poco, la caprichosa Roxanne quiere recibir cartas de amor de su soldado (el guapo). Pero el soldado no sabe escribir, por lo que finalmente será el propio Cyrano quien, para no disgustar a su prima, le componga las cartas en secreto. Y aquí la gran paradoja de la historia: ella queda prendada de la pluma e inteligencia de Cyrano, pero en el cuerpo de otro. A esto se añadirá un interludio bélico que, como en Expiación, cambiará el tono de la historia.
Si alguna novedad presenta la película de Wright es, quizá, el hecho de presentarla en formato musical. A lo largo de la obra abundan los instantes en que las canciones y los bailes rompen la diégesis para enfatizar el subtexto emocional (y pasional) de los personajes. Estos momentos musicales, por cierto con canciones de tonos y melodías actuales, aislados del resto, se componen con elegancia y solvencia visual, casi como pequeños videoclips. Resulta destacable la producción de la canción que resume el carteo de los amantes, con elocuentes composiciones a tres bandas mientras vuelan tras ellos bandadas de cartas.
No obstante, en medio de la película, los instantes musicales resultan disruptivos. No parecen aportar demasiado al avance de la trama y ocasionan, a menudo, la sensación de redundancia con respecto a las escenas no musicales que, por sí solas, podrían componer perfectamente la película en todos sus matices.
En cualquier caso, los forofos de las ambientaciones de época, los salones de decoración recargada, los vestidos, pelucas y protocolos dieciochescos tendrán en esta pieza un potente reclamo para ir a la sala; también los asiduos de los amores imposibles… o, simplemente, los no correspondidos.