El pasado viernes Netflix estrenó la primera temporada de la serie Daredevil, una de las irrupciones en la ficción televisiva más esperadas por parte de los marvelitas y, especialmente, por los seguidores del superhéroe invidente. La expectación no era nada de extrañar, habida cuenta del vergonzoso espectáculo perpetrado por Mark Steven Johnson y protagonizado —por decir algo— por Ben Affleck en la gran pantalla en 2003. Normal, con estos antecedentes, que los seguidores de la saga de Batman estén invocando a los peores augurios y cruzando los dedos de cara al próximo estreno de la película del murciélago en 2016.
Pero a lo que íbamos: el demonio rojo de Hell’s Kitchen. Con la última referencia en pantalla, ya citada, aún sangrante en la memoria de frikis y seguidores de todo el mundo —entre los que me incluyo—, no era nada difícil elevar un poco el listón. En ese sentido, puede decirse que la primera temporada cumple con creces con las expectativas: si eres fan del personaje de cómic no te va a decepcionar, a la serie le han metido la pasta suficiente como para que no dé vergüenza ajena y, lejos de un planteamiento demasiado fantasioso, está muy apegada a la «realidad»; se puede palpar perfectamente la atmósfera medianamente creíble de un Nueva York aún recuperándose de sus heridas.
Marvel: el universo que pretende edificar, a través de series y películas, tiene consistencia y deja la puerta abierta a referencias cruzadas, colaboraciones, spin-offs
¿Heridas? Sí, amigos. Con enorme acierto, los responsables de la producción y el guión han sabido intercalar referencias, más o menos veladas, a la invasión Chitauri que era parte esencial de la historia en Los Vengadores y, también en la misma línea que en Daredevil, tiene protagonismo en otra serie: Agentes de SHIELD. Nueva York aún se resiente por el destrozo de proporciones titánicas que pudimos ver en la película dirigida por Joss Whedon en 2012. De esta manera se confirma el ambicioso y creo que atinado plan de Marvel: el universo que pretende edificar, a través de series y películas, tiene consistencia y deja la puerta abierta a referencias cruzadas, colaboraciones, spin-offs y todo aquello que se precise. En ese sentido, Daredevil es un ingrediente más de la ensalada de superhéroes que se avecina en los próximos años para la pequeña y la gran pantalla, aunque con un sabor propio bien definido.
El casting me parece desigual. Al igual que Matt Murdock (Charlie Cox) no siempre me convence —sin llegar al patético ejercicio de Affleck—, los malos del negociado , Wilson Fisk/Kingpin (Vincent D’Onofrio) y, sobre todo, Wesley (Tobby Leonard Moore) están más que notables. Si bien los secundarios comienzan la temporada como acompañamiento o comparsa, sin demasiada «chicha», conforme avanzan los capítulos, éstos ganan en complejidad y peso en la trama, planteando conflictos relacionales que dan mucha riqueza y vaticinan desarrollos interesantes en el futuro, sobre todo en el caso de Karen Page (Deborah Ann Woll). Son también dignos de elogio los diálogos de trasfondo moral-religioso del protagonista con el padre Lantom (Peter McRobbie). Para aquellos que esperen ver a Daredevil con su «uniforme de gala» y sus atavíos tal y como aparecen en el cómic, un aviso-spoiler: esto no sucede hasta el último capítulo. En esta primera temporada se trata la forja del héroe en su versión más humana, con aditamentos y vestuario más de tienda on-line que de otra cosa. Esto es positivo, porque centra la atención en las motivaciones del personaje y lo humaniza en extremo y, por otro lado, mantiene viva la expectación sobre la aparición de Daredevil en su forma icónica y más reconocible.
Han devuelto al superhéroe la dignidad que le habían robado hace unos años en las salas de cine
Técnicamente se nota el dinero que han metido Marvel TV y ABC Studios en la producción. En algún capítulo concreto, en alguna secuencia concreta, se notan los efectos digitales de pegote pero son la excepción y no la regla. Las escenas de acción están correctamente coreografiadas y, dentro de unos límites razonables, también resultan creíbles. La iluminación y su uso como elemento narrativo esencial es incontestable, creando el clima oscuro que la historia, el personaje y la serie requieren y dándole un «sabor» a los capítulos muy del gusto de los fans de Daredevil.
Aunque la trama de la primera temporada parece cerrada —supongo que a la espera de conocer la aceptación por parte del público— no es descartable (lo estoy deseando) que exista una segunda. Los mimbres son sólidos, en este primer intento y, por encima de todo, han devuelto al superhéroe la dignidad que le habían robado hace unos años en las salas de cine. Por gustarme, hasta me gustan los títulos de crédito iniciales. En resumen: es exactamente lo que esperaba y, por momentos, supera la expectativa. Que Ben Affleck se aplique, si no quiere que le queme vivo, el próximo año. Y un último mensaje a televisiones y productoras patrias: Daredevil es una serie ideada, producida, y filmada para ser distribuida EXCLUSIVAMENTE en Internet. Por si quieren tomar nota, digo.