


Traumatizado y perseguido, el superhéroe Deadpool es definitivamente capturado y puesto en aislamiento con un collar que inhibe sus poderes regeneradores, por lo que el cáncer masivo que sufre comienza a hacer mella en su salud. Durante su cautiverio comparte celda con un niño mutante que tiene un problema de sobrepeso y de autoestima que lo está volviendo cada vez más inestable —y más peligroso—. Tanto es así que, al igual que sucede en otras sagas, de pronto irrumpe un villano intertemporal con la intención de matar al impúber ahora antes de que pueda causar mayores daños. Este viajero en el tiempo, que responde al nombre de Cable, tratará por todos los medios de llevarse por delante al muchacho. Pero Deadpool no está dispuesto a permitirlo. Así, una vez recuperados sus poderes, intentará conformar un nuevo grupo de mutantes que le ayude a salvar al pequeño tanto de Cable como de sí mismo. O algo así más o menos.
Sí. Más o menos. Pues la película, como ya sucediera con su antecesora, navega entre la sátira y la parodia argumental. Su desarrollo, aunque más o menos bosquejado sobre una trama reconocible, sigue una deriva casi improvisada que va de lo caótico a lo estrafalario. No se puede —o no se debe— tratar de encontrarle ni sentido ni respeto hacia nada, ni siquiera la diégesis ni la suspensión de la incredulidad del espectador. Deadpool encadena un chiste tras otro, rompiendo a placer la cuarta pared o haciendo bromas metatextuales. Él mismo es el primero en criticar la desidia de los guionistas —entre los que está el propio actor protagonista—; él mismo se encarga de vapulear a productores y creadores de toda la industria comiquera; él mismo se mofa de sí, de su género y de la fiebre superhéroica en la que estamos viviendo y, como los bufones en la Edad Media, él mismo expone bajo la capa de lo chistoso las crudas verdades de lo que representa.
Dicen que los géneros cinematográficos empiezan a dar síntomas de agotamiento cuando se derivan hacia la amargura crepuscular o hacia la parodia de sí mismos
Dicen que los géneros cinematográficos empiezan a dar síntomas de agotamiento cuando se derivan hacia la amargura crepuscular o hacia la parodia de sí mismos, y no olvidemos que hace menos de un mes que Los Vengadores Infinity War doblegaban la pantalla con una historia de tintes negativos. Deadpool, en su cachondeo, refresca los panteones de superhéroes al tiempo que los banaliza y pervierte, y quizá esto suponga, definitivamente, el comienzo del fin de una etapa cinematográfica que nos ha dejado a los espectadores un puñado de buenas películas, y a los realizadores un récord de taquilla tras otro.
En cualquier caso, se trata de un film cuyo malintencionado y soez humor es muy disfrutable; especialmente si se va al cine con la intención de no pensar demasiado.