


El universo de Guy Ritchie huele a cuero, habano y whisky de malta. También a sudor y pólvora. Sus películas se desarrollan en un mundo asfáltico y están pobladas por hombres de pocas palabras que se rigen, en su mayoría, por un férreo código de conducta que no es necesariamente legal ni necesariamente ético; un código de honor que han de cumplir por igual policías y ladrones, atracadores y padres de familia.
Jason Statham se interpreta en esta ocasión como un trabajador normal y corriente de una compañía de transportes blindados. Ha entrado recientemente en la empresa, y su tosquedad y malos modos le han granjeado la antipatía de gran parte de sus compañeros de trabajo. Sólo su jefe parece tenerle algo de apego. Sin embargo, todo cambia cuando la firma sufre otro atraco a mano armada.
Se trata del segundo en varios meses, tras el trágico suceso que acabó con la vida de dos empleados y un muchacho inocente que estaba en el lugar y el momento equivocados. Sin que nadie se lo espere, el trabajador novato soluciona el atraco mostrando una frialdad y pericia con el arma por completo inesperadas. Después de salvar la vida de varios compañeros, todos lo ven como un héroe. Nadie sabe que, en realidad, se trata del padre del muchacho inocente asesinado en el primer atraco, que busca venganza. Un secreto que no es, ni por asomo, el único que tiene.
Fiel al estilo en que mejor se desenvuelve, Guy Ritchie elabora un pulp plagado de medias verdades, villanos que juegan a ver quién es más malvado, y una camaradería masculina salpicada de chistes homófobos y machistas en los bajos fondos del crimen organizado. Hay frases lapidarias, disparos con todo tipo de armamento, robos imposibles planificados al milímetro, y acción a base de puñetazos, extorsiones y sangre, mucha sangre. ç
Su principal problema reside, quizá, en la interpretación de los hombres protagonistas, que de tan duros que quieren ser terminan por resultar ortopédicos
Remake de la francesa Le convoyeur (2004), la película de Ritchie tiene resonancias de Tarde para la ira (2016), mostrando un relato fragmentado que añade complejidad a una trama que sólo es simple en apariencia. Su principal problema reside, quizá, en la interpretación de los hombres protagonistas, que de tan duros que quieren ser terminan por resultar ortopédicos. Sólo el personaje interpretado por el rescatado Josh Hartnett —alejado de la farándula hollywoodiense desde hace una década— tiene visos de comportarse con un ligero atisbo de humanidad.
No obstante, la película es fiel a la premisa y al tono que plantea. Sus soluciones resultan interesantes tanto en lo narrativo como en los estético, y su fuerza visual resulta incuestionable.