


La última película de Pedro Almodóvar supone un ejercicio de desnudez emocional y artística que viaja, con absoluta entrega, a través de una serie de pasajes que podrían perfectamente ser autoreferenciales. Y lo hace, además, con un depurado estilo, pulcro, exacto, milimétrico y, por momentos, cargado de fuerza.
Sumido en una crisis vital causada por diversos males físicos y anímicos, el director de cine Salvador Mallo, apenas en los umbrales de la tercera edad, propicia una serie de encuentros con personas que han tenido alguna relevancia en su vida y que le traen de golpe recuerdos de su infancia, de su madre, de sus primeros amores… y también de los dolores del alma que arrastra irremediablemente consigo. De esta confrontación con los traumáticos vestigios de la memoria sólo caben dos resultados posibles: o terminan de sumir al artista en su depresión, o logran activar algún resorte que le permita superar el bloqueo creativo, físico y emocional que lo atenaza.
Antonio Banderas copia el peinado y los andares de Pedro Almodóvar precisamente para dar vida en la gran pantalla a un personaje de referente en absoluto disimulado. Su interpretación, sin duda sobresaliente, no obstante resuena ortopédica en comparación con el festival que ofrecen los secundarios y que terminan por eclipsar al protagonista, muy especialmente Penélope Cruz y Julieta Serrano, que aportan, cada una a su manera, dos visiones de la misma mujer.
Construye un relato hermoso y valiente sostenido a partir de los traumas propios de su creador
La historia, que se vale de saltos temporales y escenas explicativas para urdir su trama, aporta pasajes brillantes frente a otros de premeditada escasa relevancia. Entre los primeros están todas las escenas referidas a la niñez del protagonista y a la relación especial que mantiene con su madre. Estos instantes, preñados de detalles simbólicos, transmiten tanta verdad y hondura dramática que sin duda serán capaces de conmover a los espectadores. En los segundos, por contra, da la impresión de que el director opta por maquillar ligeramente el relato para desarrollar la enfermedad, la relación con los primeros amores u ofrecer una perspectiva muy edulcorada y naive de la entrada y salida de la heroína.
Pese a esto, la película construye un relato hermoso y valiente sostenido a partir de los traumas propios de su creador, que ahonda en el dolor de las heridas para explorar, desde el enfrentamiento con la nostalgia, y también desde el recuerdo y el inexorable paso del tiempo, algunos de los misterios insondables del alma. Su cierre, magistral por su simplicidad y factura visual, reconfigura todo el relato, dotándolo de un nuevo sentido en la mente del espectador.
Sin duda un film muy recomendable.