


Aunque constantes en la literatura, probablemente ningún género como el noir ha sabido explotar con mayor acierto el coctel de sexo y muerte. No hay policiaco que se precie que no tantee los terrenos prohibidos del vicio de la carne y la crónica negra. Sin embargo, cuando a la mezcla se le añaden las burbujas de la comedia, el resultado puede ser una catástrofe o una genialidad.
Dos buenos tipos abre una escena bastante clarificadora: panorámica nocturna de Los Ángeles desde un desvencijado cartel de «Hollywood». Estamos en los años setenta. En una de las casas cercanas al icónico letrero, un niño de poco más de once años se cuela en la habitación de sus padres y birla una revista erótica. Al amparo de la noche, el chaval se recrea en el desplegable, donde una insinuante modelo yace desnuda. Pero fuera de campo la cámara nos sugiere el porvenir: un coche a gran velocidad se sale de la serpenteante carretera y atraviesa literalmente la vivienda del impúber. El muchacho se acerca al aparatoso accidente y se encuentra nada menos que con el cuerpo desnudo de la misma modelo que posaba sugerente en las páginas de la revista. Ella, misteriosa, pronuncia una enigmática frase antes de morir que dará pie a una historia de hechos cruzados donde todo parece estar relacionado con la modelo accidentada y que arrastra sin reparo a los dos detectives más torpes de la ciudad.
Con un ritmo exacerbado y un tono marcadamente irreverente, la película se posiciona justo en el límite entre la farsa y la parodia, aunque se sostiene, eso sí, sobre un fondo de temas de calado: pedofilia, pornografía, contaminación atmosférica… La pieza, que ya de entrada no se toma en serio a sí misma, juega la baza del exotismo setentero y de una pareja de protagonistas con chispa que se amoldan perfectamente al tono y a la vis cómica de un filme que recuerda a las anteriores obras de su realizador, a la sazón guionista de Arma Letal y director de Kiss Kiss Bang Bang.
Aunque cabría esperar que la película acusara los típicos problemas de guion de las comedias pasadas de tono, lo cierto es que la premisa está sorprendentemente bien hilada, eso sí: partiendo, obviamente, de la ineptitud de la pareja protagonista, a quienes todo les termina viniendo dado por azar o por la injerencia del personaje de la jovencísima Angourie Rice.
Se intuye, no obstante, un problema de doblaje. Ni los constantes chistes de los protagonistas suenan tan graciosos ni los referentes que manejan —Starsky y Hutch, la serie original, está siempre presente— parecen bien adaptados. Esto, en cualquier caso, no le resta sorna a una premisa que, despojada de toda la aguda verborrea, trae el recuerdo siempre grato de las comedias de mamporrazos de Bud Spencer y Terence Hill.