


A Benedict Cumberbatch sólo le falta estar en las sagas Harry Potter y Star Wars para que le hagan una estatua de bronce en la Comic-Con de San Diego. Además del Universo Marvel, ya ha puesto una pica en El Señor de los Anillos, en la saga Star Trek y por supuesto en la celebérrima adaptación contemporánea de Sherlock. Y resulta curioso, a tenor de esta última, la paradoja que parece vincularle con Robert Downey Jr., actor encargado de llevar el personaje de Doyle a la gran pantalla: además de interpretar ambos al famoso detective, el destino parece haber dispuesto que encarnen ambos a personajes tan parecidos como son Ironman y el nuevo Doctor Extraño.
Si nos paramos a analizar la génesis de ambos superhéroes, las similitudes brillan más que las diferencias. Cuando un accidente de coche le deja sin el control de sus manos, el engreído neurocirujano Stephen Strange se sume en la depresión. Pierde su trabajo y expulsa de su vida a la única mujer que le ha amado al tiempo que despilfarra toda la fortuna que le queda en encontrar una cura para su dolencia. Un día, casi por casualidad, se entera de la existencia de un remedio místico que podrían administrarle en un templo oculto en el Himalaya. No obstante, una vez allí, el proceso de aprendizaje que emprende le llevará a confrontar una batalla contra fuerzas mágicas en diferentes dimensiones y espacios temporales.
La película, episodio del cada vez más enrevesado Universo Marvel, sabe jugar sus bazas sobre un guion bien pertrechado aunque ortopédico, y un despliegue impresionante de efectos visuales que parecen sugerir cierta pleitesía a la escuela de Christopher Nolan (Origen, Interstellar…) Lo llamativo de esta entrega, no obstante, está más en su apuesta por el intelectualismo frente a la tan tradicional fuerza bruta del resto de jugadores de la liga super heróica. Mientras que el citado Ironman se vale de la tecnología para solventar los problemas por la fuerza —como también hacen todos los integrantes de su pandilla de Vengadores, incluyendo el semidiós Thor— el Doctor Extraño hace lo propio en base al autoconocimiento y el estudio. No obstante, que nadie se alarme: también hay mamporros en esta.
Por la parte actoral, el siempre solvente Cumberbatch se acompaña de un plantel de lujo: al carisma maquiavélico de Mads Mikkelsen en el papel de villano se suma el misticismo de una enigmática Tilda Swinton y una más que resolutiva Rachel McAdams —a la sazón, partenarire del Sherlock de Downey—. No obstante, si algo destaca entre el juego de luces y magia es sin duda la partitura de Michael Giacchio que sobresale por encima de las olvidables bandas sonoras de otras apuestas de la casa de cómics.
Pese a todo, un guion de manual con trasfondo simplista le resta a la historia parte de la profundidad que podría haber alcanzado.