Yusuke Kafuku es actor y director teatral. Ha sido contratado para llevar a escena una obra que le es cercana en el festival de la ciudad de Hiroshima. Para él supone un reto doloroso, pues es una obra muy vinculada con la pérdida de su esposa, que murió de un derrame repentino hace varios años. No obstante, a pesar de ello, acepta el encargo, pero pide, eso sí, que le hospeden a una hora de coche del lugar de los ensayos. La distancia forma parte de su ritual de preparación: conduce hasta su destino escuchando un casete donde la voz de su desaparecida mujer le va dando la réplica a sus líneas, para así memorizar el texto.



Los organizadores cumplen su petición, pero hay un primer problema: por motivos de seguridad, y debido a la política del festival, no puede conducir él mismo. Por ello, le asignan una conductora profesional, callada y taciturna, para que le traiga y le lleve cada día. Apenas ha aceptado a regañadientes la imposición cuando se topa con otro problema, esta vez de índole emocional: uno de los actores del casting de la obra resulta ser el amante de su esposa.
Confrontado con sus propias emociones, Kafuku empieza a encontrar en la callada conductora una suerte de apoyo emocional. Poco a poco la relación entre ambos se va haciendo todo lo cercana que puede ser la conexión entre dos personas heridas pues ella, la conductora, también esconde diversos traumas que arrastra desde la niñez y que la vinculan con una madre maltratadora.
Adaptación de un texto de Murakami, la obra de Ryûsuke Hamaguchi ha saltado a la palestra de los Óscars con nada menos que cuatro nominaciones, incluyendo Mejor Película y Mejor Dirección. Su tono se podría describir como un recorrido a través de la nostalgia y el recuerdo; como un duelo interminable que aborda, desde lo simbólico, la necesidad del apoyo en los demás para la superación de las heridas abiertas en el alma, y el perdón, tanto hacia los otros como hacia uno mismo.
El trazo es preciosista y simbólico. Sobrio en la mayor parte de las ocasiones, pero elocuente, cargado de imágenes que pretenden abarcar el aire tanto delante como detrás de la pantalla y cargarlo con una potencia emocional basada en la contención y el comedimiento, como es preceptivo en la educación japonesa. Sin duda se trata de una narración hermosa e interesante que aborda temas de hondo calado.
La película adolece, no obstante, de dos problemas. El primero de ellos es la parsimonia con que despliega su metraje, que alcanza las tres horas. El segundo, el exceso de verbalización de los traumas propios y ajenos a lo largo de los interminables viajes en coche. Nada de esto supone un inconveniente si se logra conectar a nivel emocional con lo expuesto en pantalla, aunque puede resultar tedioso a quien no lo consiga.