


Vera trabaja como enfermera y tiene todo lo que desea en la vida: un marido cariñoso, una hija encantadora y una nueva casa en un barrio residencial de las afueras cerca de sus amigos de juventud. Nada puede empañar su felicidad. Ni siquiera el hecho de descubrir que en la casa donde se acaba de mudar vivía un niño que murió accidentalmente, años atrás, precisamente después de haber destapado un asesinato perpetrado por el vecino, que terminó suicidándose.
Los meteorólogos parecen estar de acuerdo en señalar que las condiciones de la tormenta eléctrica que cubre el cielo durante la segunda noche en la casa nueva son prácticamente idénticas a otra acaecida exactamente 25 años antes en el mismo lugar. Ajena a la casualidad climatológica, Vera descubre extrañada algunas interferencias en un viejo televisor que ha encontrado dentro de un armario conectado a una videocámara. De pronto, a través de la pantalla aparece la imagen del niño aquel que murió tras destapar el asesinato. La sorpresa de Vera es mayúscula cuando se percata de que no solo puede ver y oír al chaval en el pasado, sino que además puede hablar con él en directo. De inmediato, y sin pensarlo demasiado, Vera le advierte sobre su futuro y logra salvarle la vida. No obstante, esta buena obra en el pasado tiene consecuencias en el presente. Además de quedar el asesino en libertad, Vera despierta al día siguiente en otro lugar. Nadie quiere reconocerla; no está casada y, según parece, nunca ha llegado a tener a su hija.
Aceptando de entrada lo sobrenatural de la propuesta, la historia está bien llevada
Los argumentos enrevesados no son ajenos al guionista y director Oriol Paulo. Marcado el estilo en su película El Cuerpo (2012), y asentado con su anterior trabajo Contratiempo (2016), las obras del cineasta han jugado siempre al despiste del espectador con un a menudo laberíntico planteamiento de intrigas y medias verdades donde los personajes no suelen ser lo que aparentan en un comienzo. Respetuoso siempre de la estructura y del detalle, el director teje una vez más el misterio, eso sí, valiéndose en esta ocasión del recurso sobrenatural con el juego de los tiempos.
El resultado es notable. Aceptando de entrada lo sobrenatural de la propuesta, la historia está bien llevada por la protagonista, una Adriana Ugarte que desarrolla el papel en todo su potencial expresivo, a la que flanquean varios secundarios bien construidos por parte de Chino Darín, Álvaro Morte y Javier Gutiérrez.
La parte negativa reside en el exceso de casualidad a la hora de plantear los descubrimientos de la protagonista; en un final demasiado predecible y esperable; y en una fallida caracterización de algunos personajes al mostrarles en ambas instancias temporales. Todo, eso sí, más o menos perdonable.