


Julian Schnabel, además de director de cine, tiene una reconocida carrera como pintor. Esto, según se podría entender, lo convierte en un autor especialmente autorizado para trasladar al relato cinematográfico la biografía de uno de los más grandes pintores de la historia. No obstante, en primer lugar, ni la biografía suena ya, después de las múltiples aproximaciones que se han visto de Van Gogh en la pequeña y gran pantalla, el más interesante de los relatos referidos al genio holandés ni, en segundo lugar, la aproximación pictoricista y engolada de Schnabel resulta especialmente cautivadora.
Solitario, marginal y atormentado por sus propia visión del mundo, Vincent Van Gogh solo encuentra paz y sosiego en absoluta comunión con la naturaleza. Marcha al campo, siempre cargado con su caballete y sus pinceles, y allí pasa las horas entre paseo y paseo, revolcándose por la tierra y echándosela por encima —según la película—, y contemplando taciturnamente el horizonte en Arlés, la zona sureña donde se instala con la ayuda económica de su hermano Theo, buscando una mejor luz que la parisina. Varias son las desavenencias, tanto con sus vecinos como con el pintor Gaugin, con quien convive una temporada, las que terminan confinándole en un sanatorio con un acusado desequilibrio mental y una oreja cercenada, como es mundialmente conocido.
la aproximación de Schnabel resulta excesivamente pretenciosa en su factura visual y pobre en cuanto al contenido
Si bien la aproximación de Schnabel resulta excesivamente pretenciosa en su factura visual y pobre en cuanto al contenido, la interpretación que regala Willem Dafoe, de una fuerza inconmensurable, probablemente pase como una de las mejores de su carrera. Dafoe crea un personaje humano cargado de matices y contradicciones que, también en los momentos en que verbaliza sus conflictos —pues no parecen haber encontrado una solución mejor para plantearlos—, consigue evocar una serie de emociones y trazos que sin duda otorgan vida propia a su personaje, incluso a pesar de doblarle la edad.
En lo estético, el filme, sin duda realizado desde la absoluta admiración por el pintor, lo mismo se pierde en una visión distorsionada y cargada de subjetividad como adopta una perspectiva casi pedagógica, como cuando se torna la imagen en blanco y negro para ilustrar la densidad y relieve que Gaugin aprecia en los lienzos de su compañero. En lo narrativo, por otro lado, desaprovecha la oportunidad de haber desarrollado más algunos personajes de interés —como el propio hermano Theo—, o algunas subtramas, como la concerniente al polémico libro de bocetos perdido —supuestamente— durante 120 años en lo alto de una estantería.