En una tumba del cementerio de Nuestra Señora de la Soledad, en Huelva, está enterrado el Mayor William Martin. Durante décadas Isabel Naylor, una vecina de Punta Umbría, se encargó de dejar flores frescas sobre el sepulcro. Reino Unido, en reconocimiento a su gesto, le otorgó a esta señora en 2000 la Medalla del Imperio Británico. Y no es para menos.



William Martin fue uno de los soldados que más hizo por traer la paz al continente durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, las flores que una vecina del pueblo dejaba cada año sobre su tumba parece un reconocimiento nimio dada la cantidad de vidas que el oficial “podría” haber salvado. Sí, “podría”, pues no se pueden adivinar con exactitud las consecuencias de los actos quien fue solo parte de un amplio engranaje. Y menos aun de quien realmente nunca existió.
Porque William Martin fue el hombre que nunca existió. Así se titulaba, de hecho, una película de 1956 que narraba su gesta. Martin, en realidad, fue solo el cadáver de Glyndwr Michael, un sintecho que falleció en Londres en el momento adecuado y que no tenía a nadie para reclamar su cuerpo. En plena guerra, su cadáver fue arrojado al mar frente a la costa onubense, vestido de uniforme, y con un maletín lleno de documentos falsos ideados para engañar a Hitler sobre las intenciones militares de los aliados. La estratagema funcionó, y la hazaña se recuerda hoy como uno de los grandes hitos de la inteligencia británica. O de la picaresca.
Ahora bien, además de ponerle al cadáver un uniforme y darle algunos papeles oficiales, era necesario algo más para convencer a los espías alemanes afincados en la España de Franco de que aquello no era un señuelo. La película de John Madden recoge los preparativos que se llevaron a cabo en la sede del espionaje inglés para darle al ficticio Martin una vida real: una medalla de San Cristóbal, dos entradas para el teatro, la foto de una mujer, un anillo de compromiso, una carta de amor.
Según la ficción de Madden, narrada en la diégesis por un joven Ian Fleming, la vida ficticia de Martin tenía conexiones con una vida aspiracional de quienes lo crearon. Así, en su película no falta, además de la consabida trama de espionaje con fondo real, una historia de amor imposible; una lucha de egos militares; una trama de desconfianzas entre hermanos y, como consecuencia, un punto de melodrama.
Pese a ello, la película recrea un pasaje histórico llamativo e interesante, con la precisión y flema habitual de las producciones británicas que abordan su historia. Produce Netflix, por lo que no aguantará demasiado en pantalla grande. Que nadie pierda la oportunidad.