


Noemí (Macarena García) es una actriz en paro que acude a una oferta de trabajo. Tras varios años viviendo en Nueva York, la posibilidad de participar en el casting de una serie de televisión con visos de continuidad la trae de vuelta a su Madrid natal. No obstante, en la sala de espera de la productora donde tiene que hacer la audición se encuentra con otra aspirante al mismo rol. Intercambian un diálogo incómodo que, de alguna forma, activa un resorte en el corazón de la protagonista. Sin pensarlo demasiado, se marcha de allí sin completar la prueba. Será el primero de una serie de encuentros, reencuentros y despedidas que, a lo largo de una jornada de veinticuatro horas, la harán replantearse su lugar en el mundo.
Primer largometraje del director Pedro Collantes, con guion suyo y del ganador del Goya Daniel Remón, El arte de volver es una obra fruto del espacio de formación para jóvenes talentos del Festival de Venecia. El Biennale College selecciona cada temporada una serie de proyectos que son financiados con 150.000 euros durante un año para su producción y posterior estreno en el propio festival. La película de Collantes se trata, en suma, del primer proyecto español seleccionado en las ocho ediciones que lleva haciéndose esta iniciativa, la cual ha permitido a sus creadores compartir mostra veneciana con Almodóvar o Álex de la Iglesia.
A través del encuentro con familiares y amigos, termina por descubrir que, en cierta forma, ya no pertenece a aquel lugar. Ni a Nueva York. Ni a ninguna parte.
La historia, apoyada de manera muy solvente sobre la interpretación de Macarena García, se vale de su punto de vista para narrar una cartografía del vacío y de la sensación de desarraigo. Noemí, el personaje, en su retorno al hogar, y a través del encuentro con familiares y amigos, termina por descubrir que, en cierta forma, ya no pertenece a aquel lugar. Ni a Nueva York. Ni a ninguna parte.
Quizá la mejor manera de definir el desarrollo de las escenas que construye Collantes está en la pausa y el sosiego. Los planos, largos y espaciosos, dejan acomodo a los intérpretes para explorar el juego de los silencios, de las esperas, de los comentarios vacíos… La obra, de este modo, traslada al espectador una sensación de verismo que le hace sentir que está contemplando la propia vida.
La construcción, no obstante, navega entre distintas emociones a lo largo de un viaje de una sola jornada. Así, en la película hay tiempo para vivir con la protagonista instantes de comedia, de drama, e incluso momentos eróticos o esperpénticos.
Sin duda, El arte de volver configura una apuesta diferente a lo que viene siendo habitual de la cartelera navideña que invita al espectador a una reflexión sobre el significado de la pertenencia, la pérdida de las propias raíces, y la desorientación de sentirse perdido en el mundo.