Julio Blanco es el dueño de una importante empresa de fabricación de balanzas de la región. Cincuentón, carismático, amable… se considera a sí mismo patriarca de la gran familia que conforman sus empleados, por cuyo bienestar, según afirma, pierde el sueño. Surge la oportunidad de obtener un importante reconocimiento: un premio a la excelencia que puede mejorar la posición comercial de la firma frente a sus competidores y hacerla, además, merecedora de potenciales subvenciones y ayudas. Por ello, Blanco anda últimamente más estresado de lo normal, ya que la comisión que entrega el premio puede aparecer en cualquier momento, y hay que dar buena imagen.



Dos elementos perturban la paz y la buena reputación de la compañía. Por un lado, uno de los empleados despedidos en el último ERE acampa frente a la puerta de la empresa para reclamar su readmisión, pues a su edad difícilmente podrá encontrar un nuevo trabajo con el que mantener a su familia. Por otro lado, el jefe de logística ha descubierto las infidelidades de su mujer y eso le está haciendo perder productividad y cometer numerosos errores en el trabajo.
Como buen patriarca, Blanco se propone solucionar ambos problemas antes de que perturben la imagen que la comisión pueda llevarse de su empresa. Para ello, hace lo que todo jerarca haría: al exempleado díscolo trata de acallarle, primero con dinero y luego por la fuerza; al empleado cornudo se lo lleva de putas y de juerga con las jovencísimas becarias de la empresa, a las que mantiene en espaciosos apartamentos independientes.
El filme, no obstante, juega sus cartas cayendo por instantes en lo paródico y en los clichés de género
Seleccionada por la Academia española para representar a España en los próximos Óscars, El buen patrón se perfila como una comedia ácida y crítica con la realidad actual, que recuerda mucho al estilo berlanguiano. León de Aranoa hace un retrato de un tipo de empresario reconocible por habitual: alguien poderoso y cínico, preocupado por las apariencias, heredero de una fortuna y una posición por la que nunca ha trabajado realmente. Y Javier Bardem está inmenso en la obra, en todos los sentidos.
El filme, no obstante, juega sus cartas cayendo por instantes en lo paródico y en los clichés de género. Los personajes secundarios viran en tonos a veces dispares, resultando en ocasiones demasiado histriónicos e irreales para el toque realista de la premisa, como el guardia de seguridad de la empresa. Las mujeres, por su parte, parecen encasilladas en los perfiles de castradoras y trepas, siendo las causantes de la mayor parte de los conflictos.
Pese a ello, la película maneja con soltura una tensión dramática que va en aumento y un tono bien medido y llevado a lo largo de toda la obra. Merece mucho la pena verla en el cine.