En vista del modesto cabreo que se ha pillado Jean Cité, con la serie basada en el libro de María Dueñas, pensaba hablarles de El tiempo entre costuras, pero no quiero dejar pasar la oportunidad de recomendarles una obra que está recién salida de la imprenta.
Se trata de El lugar más feliz del mundo, del periodista y escritor David Jiménez. Quizás les suene el nombre por sus obras anteriores Hijos del monzón y El botones de Kabul, o por sus excelentes trabajos para el diario El Mundo, como corresponsal en Asia. El caso es que Jiménez vuelve a la carga con esta recopilación de experiencias, testimonios e historias en uno de los continentes más vastos, exóticos y desconocidos por la vieja y decrépita Europa. Un inmenso territorio plagado de belleza, valor y magia, pero también de guerra, injusticia y dolor, que Jiménez conoce a la perfección, pues se lo ha pateado de firme durante una buena parte de su vida.
Si a ustedes la vena periodística les importa tanto como el cultivo de hongos en la campiña de Francia —por poner un ejemplo— la obra de Jiménez es igualmente recomendable. Porque Jiménez deja bien claro, a través de su propia experiencia y actitud, que no es lo mismo ser viajero que ser turista y que, cuando alguien plasma las vivencias del viajero negro sobre blanco, la belleza de las palabras y las historias terminan por llenarlo a uno de verdad. Como si lo acompañase en su periplo, en la búsqueda interminable del fin del mundo
El viajero ha pasado a ser una especie en extinción en un mundo tomado por turistas […]. Una primera condición del fin del mundo sería que no aparezca en las guías de viajes. No debería tener tiendas de recuerdos ni hoteles. Una casa de viajeros, a lo más. Un lugar en el que, una vez has llegado, sientas que no tendría sentido continuar.»
Da igual que sean ustedes aspirantes a periodistas, enganchados a la irreal y prototípica imagen de reportero, aventurero y héroe salvapatrias —todo en uno—, viajeros frustrados o soñadores irreductibles, con la vista y el corazón enredados en arrozales, desiertos de arena, de hielo y manglares interminables. La obra de David Jiménez es, quizás, una de nuestras últimas oportunidades de gozar con ese explorador que, de pequeños o de más talluditos, todos quisimos ser durante un tiempo.
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Leí en un blog una crítica hacia la figura de David Jiménez, que lejos de querer personalizar si que me parece una señal que tener en cuenta, como mínimo para no creer todo.
La crítica decía que el periodista vive en Thailandia, uno de los países con menor incidencia en términos geopolíticos y económicos de la zona, y que no ningún idioma local, ni siquiera lo más extendidos como podría ser el Francés.
Si esto fuera cierto habría que ver si la diferencia entre viajero y turista está tan clara.
400ML Gracias por comentar.
El lugar de residencia no determina el trabajo periodístico realizado en las zonas de influencia «asignadas» al corresponsal. Lejos de lo que se cree, por las prácticas habituales en Europa (y España, especialmente) el periodista no podrá hacer su trabajo si permanece en su lugar de residencia, anclado a su escritorio.
Me consta que el Sr. Jiménez, si hay algo que hace, es viajar allí donde hay una historia que contar. Una «base de operaciones en Bangkok no implica que no pueda contar lo que ocurre en lugares política y geopolíticamente relevantes, ya sean las consecuencias de un tsunami, un conflicto armado o una tensión política adeterminada.
Respecto al tema idiomático, lamento no poder responderle. Quizás podría preguntarle directamente al Sr. Jiménez. Es muy activo, tanto en su blog como en las redes sociales. Quizás pueda él mismo sacarle de dudas. Gracias por la lectura y un saludo
Tiene envidia?tenia usted un mal día?usted se basa en una critica,lo primero amigo mio,antes de hablar o mejor dicho de comentar,usted comprueba de primera mano,como es el periosdista?,como lo que ha escrito lo ha vivido en persona,vamos a dejarnos de hablar por hablar amigo mio.Y a ti amigo César está vez me has dejado boquiabierta ,eres muy grande,besitos