Pocos lugares tan ambivalentes como los circos ambulantes durante la depresión de los años treinta en Estados Unidos. Sin duda, se trataba de entornos pensados para explotar el disfrute y la diversión. Pero esa diversión a menudo se sustentaba en la exposición de los diferentes como reclamo morboso y cruel. Así lo retrata Guillermo del Toro en su última obra, que desarrolla toda su primera parte en un circo en el que tiene cabida desde la más pura manifestación de amor hasta la más depravada de las acciones humanas.



A él llega el personaje interpretado por Bradley Cooper. Taciturno, callado, misterioso… se presenta como alguien que viene huyendo de sus demonios y recala en un lugar donde le ofrecen un trabajo sin hacerle demasiadas preguntas. Poco a poco va haciéndose camino, granjeándose la camaradería y la confianza de unos y otros, así como aprendiendo los trucos y secretos de quienes allí tienen su oficio.
Pronto descubre que tiene un don extraordinario para embaucar al prójimo. Observador por naturaleza, gracias a las enseñanzas del mentalista de la comitiva, consigue perfeccionar su habilidad para decir a los demás lo que quieren oír con respecto a cualquier cosa. Cosa que suele ser siempre el porvenir.
De nada sirve que la pitonisa del circo le lea el tarot —con cartas diseñadas por el salmantino Tomashijo, por cierto— y le augure peligros en el futuro. El personaje de Bradley Cooper, consciente de las posibilidades de su recién adquirido poder para la estafa, iniciará una huída hacia delante sin saber que va a toparse, justo en frente, con la horma de su zapato.
Guillermo del Toro realiza una nueva adaptación del clásico El callejón de la almas perdidas con un pretendido tono noir al que no le falta detalle: está la femme fatale, el protagonista de moral ambigua, la criminalidad en el día a día, el afán de ascenso social y, por supuesto, los negocios turbios a costa de la inocencia ajena.
El resultado resulta muy interesante en muchos sentidos: primero, la parte estética de su aproximación sorprende con una fotografía contrastada y casi tremendista, cargada de ambientes tóxicos, luces estridentes y sombras maquiavélicas. En segundo lugar, la narrativa cuenta de forma adecuada la historia de degradación moral de un protagonista que, al menos en apariencia, es bondadoso al comienzo hasta corromperse.
No obstante, la película peca de exceso. Exceso de noir clásico, exceso de clichés del género, exceso de maniqueísmo en el plantel femenino, y, sobre todo, exceso de metraje. En todo caso, propuesta de mucho interés.