Tengo un amigo, a quien no citaré para no dañar aun más su nombre, que un día nos hizo una terrible confesión. Solía practicar rugby —ese deporte de animales jugado por caballeros— y nos explicó que siempre antes de cada partido seguía un particular ritual. Como un caballero andante se preparaba para la batalla se calzaba sus zapatillas con tacos, sus calzas de guerrero, se enfundaba su camiseta y se ajustaba el calzoncillo de la suerte en el que depositaba toda su fe. Mientras duraba su ritual de preparación, mi amigo se ponía en su walkman una melodía heróica de fondo a modo de himno… el Lo echamos a suertes, de Ella Baila Sola. Después nos explicó que la razón de semejante ñoñez para el rugby fue que en cierta ocasión lo hizo por casualidad y jugaron el mejor partido de la liga, por lo que adoptó el ritual para ver si podía repetir la hazaña.
El caso es que la música es un elemento que, quién sabe por qué, aporta cierta magia a todo lo que impregna. Además de su extraordinaria capacidad para borrar el cosido del montaje y unificar mil y un planos bajo el mismo paraguas, la música sugiere una carga emotiva a cada escena que arrebata a los espectadores hasta el éxtasis eisensteniano. En el cine siempre ha habido música, incluso cuando era mudo: las exhibiciones solían acompañarse por un pianista o una pianola, y dicen los que saben que en los rodajes muchas veces había violinistas que ayudaban a los actores a alcanzar el tempo dramático necesario en cada escena.
Esto me ha llevado a preguntarme: ¿y si es la música? Quiero decir, ¿y si resulta que en vez de Kubrick es a Strauss a quien tenemos que agradecer una obra maestra? ¿qué pasaría si alguien dijera alguna vez que Leone no es Leone si no suena Morricone? ¿sería descabellado pensar que el éxito comercial de Lucas o Spielberg es realmente de Williams? ¿acaso sería lo mismo el Blade Runner de Scott sin los acordes de Vangelis?
Últimamente Antena 3 se ha hecho un spot autopromocional con el Nessun Dorma, aria junto a la que cualquier actividad que se haga, desde cortarse las uñas hasta conquistar Constantinopla, se torna épica —hagan la prueba—. Y es que las series de televisión saben desde hace mucho que es fundamental contar con una buena banda sonora, sobre todo en la cabecera. Por supuesto tiene que ser una banda sonora que acompañe el tono de la serie y que le aporte, además, ese toque particular que la haga inconfundible.
Porque al fin y al cabo las series son también una forma de ritual, y escuchar la sintonía de la cabecera equivale, en cierta forma, a preparase para una nueva batalla.
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