


Algo hay en la mirada transparente de Guillermo Francella que cristaliza la sangre. Sus perturbadores ojos tienen aquello que parece haber querido lograr Johnny Depp en Black Mass sin conseguirlo. Perturban, sacuden, inquietan. Escrutan con la frialdad de un ave rapaz. Hielan, como si tras sus claras córneas no hubiera un ápice de humanidad ni una miga de empatía. Y, no obstante, el comediante argentino no deja de interpretar a un respetado y respetable cabeza de familia, esposo fiel y abnegado padre de sus hijos. Eso sí, un padre dedicado al secuestro, la extorsión y el asesinato.
Basada en cruentos hechos reales, El Clan, escrita y dirigida por Pablo Trapero, narra la historia de la familia Puccio que, en la Argentina de los ochenta, basó su forma de vida en el crimen con el amparo de las autoridades y la colaboración de varios socios y compañeros de armas. Aprovechando los contactos de su hijo, a la sazón conocido jugador de rugby de la Selección Argentina, Arquímedes Puccio secuestraba a miembros de la clase alta bonaerense que asesinaba a sangre fría una vez cobrados los rescates con la complacencia y colaboración de su esposa y prole.
Trapero escribe y realiza con maestría un retrato del infierno que huye de cualquier cariz romántico o seductor que puedan tener otras piezas del género, como las que suelen firmar los Scorseses o Coppolas. La nobleza monárquica de los Corleone queda lejos, muy lejos, del horror realista que compone el imaginario fílmico de una obra que sacude las tripas del respetable. Quizá porque la ficción supone un bálsamo para la conciencia, o quizá porque el horror es más horror cuando se viste con ropas de diario.
Porque ahí está, realmente, lo terrorífico: en la cotidiana normalidad
Porque ahí está, realmente, lo terrorífico: en la cotidiana normalidad. Los Puccio bendicen la mesa al tiempo que mantienen maniatado a un chaval en su bañera; se presentan en sociedad con la normalidad de cualquier familia de clase media de día mientras de noche le pegan dos tiros en la cabeza a una víctima inocente; desayunan antes de llevar a los niños a la escuela oyendo los gritos del último secuestrado en el garaje. El horror pared con pared con lo cotidiano; la ausencia de cualquier forma de respeto hacia la vida humana al tiempo que se medra en sociedad. Y todo, además, con la connivencia de los de arriba. Miedo.
No se hace fácil de ver, pero no porque la producción no sea sublime en su sencillez. La factura visual, el guión, el escenario… todo contribuye a mostrar una realidad tan sombría que duele en su realismo. Y, sobre todo, Francella, que te abofetea y te desgarra y te fascina. Como los felinos feroces expuestos en la jaula; como los insectos venenosos a la luz de los focos; como los virus de la muerte a través del microscopio.