Paul Schrader tiene en su trayectoria más películas como director que solo como guionista. No obstante, si por algo es recordado es precisamente por las obras que no ha dirigido. Las palabras de Schrader han sido motivo de elogio bajo la batuta de Scorsese, de De Palma o de Peter Weir, granjeándole múltiples nominaciones y premios. Sus obras como director, del mismo modo, han sido remarcables en diferentes ámbitos. Se trata, por tanto, de un autor completo cuyos estrenos son siempre cita obligada para los amantes del cine.



El contador de cartas sigue los pasos de un antiguo carcelero de Abu Ghraib, uno de los pocos que cumplieron condena por los abusos allí cometidos. Durante sus años en prisión no ha hecho otra cosa que aprender a contar naipes. Gracias a ello, una vez cumplida su condena, puede ganarse la vida modestamente como jugador de cartas profesional, yendo de casino en casino, y tratando de no levantar sospechas acerca de su don para no ser vetado en ellos.
Un día se cruza en su camino un joven que resulta ser hijo de un antiguo compañero. El padre del muchacho, condenado como el protagonista, terminó quitándose la vida. Esto despierta en él cierto sentido paternal. Quiere ayudar al muchacho, y por ello decide acogerle y llevarlo consigo hasta que pueda ahorrar lo suficiente para pagar sus deudas universitarias. No obstante, el joven solo tiene una idea en la cabeza: vengarse del mando superior que convirtió a su padre en un torturador, sin que cayera sobre él el peso de la justicia.
Ambientada como una buddy movie, la película se mueve en el entorno de los torneos profesionales de Póker y Blackjack. Sus personajes, atormentados por sus demonios internos, deambulan por un mundo sórdido y cargado de medias verdades, faroles, y celebraciones hipócritas en torno a la bandera.
El principal inconveniente de El contador de cartas es su exceso de diálogo. Se trata de una película que va de conversación en conversación, de charla en charla, de perorata en perorata. Cuando el protagonista, interpretado sobriamente por Oscar Isaac, no está contando sus interioridades ante una copa de una bebida cualquiera, las está relatando para el espectador en su diario, al estilo del Travis Bickle de Taxi Driver (creación también de Schrader). Esto aparca de alguna forma todo el interés de la obra pues, por mucho que se mencione el lado oscuro del protagonista, el espectador no termina nunca de atisbar el peligro en él.
Pese a todo, se trata de una obra madura y reflexiva, que gana enteros después de contemplada y digerida, por lo que resulta un visionado de lo más recomendable en la sala de cine.