El precedente de El Tiempo entre Costuras parece que ha calado hondo en la programación de Antena 3. La nueva propuesta, que se estrenó la semana pasada, así lo confirma. Mini serie basada en novela de corte histórico que se lleva a la pantalla tras años guardada en un cajón. La promoción parece del mismo estilo: que si una superproducción, que si tropecientosmil extras, que si rodaje en emplazamientos naturales, que si Colombia, Cádiz y tal. Ya. Todo se ve en el tráiler.
La cosa es que, mientras que El Tiempo entre Costuras era una propuesta digna, elegante y bien cuidada, El Corazón del Océano es un bodrio como la copa de un pino. Sí. Bodrio. Lo siento si me estás leyendo, Hugo. Lo siento también por ti, Clara. Pero las cosas como son. No merece la pena.
La historia es sencilla: en el s. XVI se decide enviar un barco cargado de muchachas en edad de merecer a las Indias para evitar que los colonos se mezclen demasiado con las indígenas. Como se pueden imaginar, la premisa promete. Historia real. Eso sí, la trama tira más de la hormona juvenil: del polizón adolescente que se enrola junto con las muchachas en tan peligroso viaje. No, no se equivoquen: ni se llama Ulises ni lo interpreta Mario Casas, pero para el caso podría ser.
La producción tan fantásticamente pregonada por todas las amuras no lo es tal. Sí, es cierto que hay exteriores, es cierto que hay selva latinoamericana, y es cierto que hay escenas de barco en el agua. Todo eso es verdad. Pero oye, todo eso también está en Supervivientes y no le dan tanto bombo. De hecho la ambientación parece un auténtico cachondeo. No es ya el cartón piedra de otras producciones de la misma casa —Globomedia— como Águila Roja; es mucho peor. Si se deciden a ver el primer episodio vía web hagan el favor de no fijarse demasiado, porque si no sufrirán con la digresión: verán la réplicas de las auténticas carabelas de Colón que se conservan en Palos de la Frontera (Huelva), envueltas de la frialdad de los pantalanes de acero contemporáneos, los pilares fondeados del muelle, e incluso la fachada color salmón del moderno museo que se ubica en el mismo lugar.
La manufactura de la serie parece de vídeo; no hay un solo plano que no tiemble o esté desencuadrado; las panorámicas y otros movimientos de cámara se escoran y saltan —todos, no solo los que desarrollan en el barco—, y el tempo de montaje es, sencillamente, de risa: el mejor momento del capítulo de la semana pasada fue sin duda el asesinato fuera de campo de la madre del protagonista, con un picado del villano mirando al horizonte con la daga ensangrentada digno de las mejores piezas de Mario Salieri.
Y no crean que el símil está mal buscado. La cámara es insegura, pero las tetas no. En el primer episodio hay al menos tres escenas de sexo de esas que no vienen al caso. Me dirán que estoy con lo de siempre, pero a ver, lo explicaré una vez más por si hay alguien que no se ha leído mi particular decálogo al respecto: si el desnudo, tanto femenino como masculino —que también tiene su hueco—, no va a favor de la trama, distrae y, seguramente, estorba. Da la impresión de que hay quien piensa por ahí que solo por meter un despelote en una escena ya está haciendo algo a la altura de Californication, y como que no. Aquí les paso una escena que Antena 3 cuelga abiertamente en su web con todos los aperos para que se comparta en redes sociales (la publicidad que precede este video no tiene relación alguna con NOSOPRANO):
Sin embargo, lo que se lleva la palma, además del guión —no entraré a valorarlo, no sea que se haya seguido la novela al pie de la letra y la culpa de la producción se circunscriba a ese pecado—, es el terrible sonido. Por algún motivo que no acierto a dilucidar —supongo que será cosa de producir en exteriores sin dedicar el tiempo y los medios que requiere de verdad producir en exteriores— se cae en el más terrible de los doblajes. De hecho, da la impresión de que se combinan, en una misma escena, voces dobladas y voces sin doblar, con resultado francamente esperpéntico.
El susto es mayor todavía cuando el doblaje se lleva a cabo sobre algunas interpretaciones pasadas de rosca. En concreto la del primer secundario, interpretado por el actor DE TEATRO Ferrán Vilajosana, que no puede tener un resultado más histriónico y exagerado. No. No le echen la culpa al actor: esto es cosa de muchos, ya saben, y si el guión no acompaña y el director no da la pauta, pues tampoco es que pueda solucionar mucho el intérprete. Hugo Silva está impostado, Clara Lago a años luz de su Cara oculta, e Ingrid Rubio declama con una voz que todavía no sé si es suya o no.
Con todo, el mayor problema que le veo es, precisamente, la comparación con El Tiempo entre Costuras. Ojo, no la hago yo: la hace la propia cadena al programar el formato en el mismo hueco de parrilla de la anterior y justo cuando ha terminado por todo lo alto. Si en vez de cometer el error de echarla a jugar en el mismo lugar que su precedente la hubieran puesto los sábados después de la hora de comer pues lo mismo cuajaba y todo. Quizá me equivoque, pero esta serie los lunes, contra Mira Quien Baila y los Chicotazos, pues oye… le vaticino poco futuro a pesar del sexo.
Solo son seis episodios. Menos mal.