Si hay algo que me repatea especialmente del mundo audiovisual es la injustificada autoría que se otorga normalmente de la figura del director, en especial cuando se hace en detrimento del resto de autores que participan de la obra.
Hace varios días, el guionista David Muñoz (@DMGuionista) compartía este artículo en el que Brian De Palma habla, entre otras cosas, de lo interesante que le resulta el trabajo de los directores de series, en parte por la capacidad de adaptación al formato. Afirma De Palma:
«Mira algo como Dexter. Conozco a muchos de los directores que dirigen cada segmento. Es muy difícil distinguir a unos de otros, pero Dexter continúa. Es básicamente un género de productores y escritores.»
La serie House of Cards, por comentar otro ejemplo reciente, cuenta con directores tan dispares como David Fincher (Seven, El curioso caso de Benjamin Button) y Joel Schumacher (Batman & Robin) entre otros. Podemos apostar a ver quién es capaz de adivinar sin mirar quién dirige cada capítulo y estoy seguro de que no podríamos distinguirlos. Salvando las distancias, pues la música es exacta y el cine no, dudo que fuéramos capaces de reconocer de oído una pieza dirigida por Karajan de la misma dirigida por Barenboim. De hecho, si ambas piezas no sonaran igual quizá estuviéramos tentados de pensar que uno de los dos ha cometido algún error.
¿Hasta qué punto un director es autor de su obra? No contamos con muchos filmes que hayan tenido remakes realizados por otros directores, y los que han sido realizados han contado también con otro reparto, otros guionistas, otros directores de fotografía… por lo que tampoco tenemos la opción de comparar si un solo director realmente le aporta su impronta personal a aquello que dirige, ni si hacerlo es algo positivo o negativo. Se habla mucho de tal o cual director sin percatarnos realmente si el logro de un buen film es suyo o si, por el contrario, hay que achacarlo a la simbiosis generada por el trabajo colectivo de un grupo de creadores y profesionales.
¿Es reconocible el estilo de Kubrick por ser director o lo es por ser productor, cambiar a su antojo los textos, dirigir el montaje y marcar la fotografía de sus filmes? ¿la genialidad de Billy Wilder se debe a sus dotes de director o a ser además el autor de sus guiones? ¿tenía Eisenstein un modo particular de dirigir o su impronta característica se debe a que también hacía el montaje de sus películas? Se habla mucho de la personalidad de Hitchcock, de sus filmes, de su «estilo», de la «influencia», cuando en realidad Hitchcock prácticamente hacía siempre el mismo tipo de film:
«Melodrama, con una capa de comedia ligera, interpretado por los actores con mayor glamour que podía encontrar —y que solían ser también los más populares y de mayor gancho comercial— fotografiados a menudo por el mismo cámara, con música compuesta por el mismo compositor. El equipo Hitchcock siempre estaba listo para rodar.» Cita extraída del libro Así se hacen las películas, de Sydney Lumet, en el que precisamente dedica un capítulo bastante ambiguo al llamado «estilo» del director.
¿Realmente se puede hablar del «estilo de Hitchcock» o de cualquier otro? ¿realmente estamos ante «maestros del cine»? Achacamos al director una labor creativa tan importante que, de hecho, se le cita junto al nombre de las películas como si realmente fueran «suyas»; como si los guionistas, directores de fotografía, actores, actrices, miembros del equipo técnico o los montadores no tuvieran nada que ver —¿se imaginan el nombre del constructor Josep Bayó i Font en vez del de Gaudí en sus edificios?—. Rara vez se menciona al productor, aunque sus decisiones suelan repercutir en el montaje final de manera indiscutible; rara vez se habla del compositor de la banda sonora, como si no tuviera parte de responsabilidad del éxito o fracaso del film; y muy rara vez —casi nunca, de hecho— se menciona al guionista, como si su aportación no fuera relevante en absoluto.
El director toma las decisiones más importantes del rodaje, pero el film que llega a las salas habitualmente no se corresponde de manera exacta con lo que el director ha rodado —ni con lo que el guionista ha escrito, por supuesto—. Piensen que incluso el público de los pases previos tiene voz y voto, ya que en función de su criterio se llega a hacer cambios sustanciales en las «obras» cinematográficas. ¿Sabían que Ripley, protagonista de Alien, era hombre en el guión hasta que a algún iluminado le dio por sugerir que «conectaría mejor con la audiencia» si fuera mujer? ¿Sabían que al final de Atracción fatal Glenn Close se suicidaba hasta que el público de la preview votó que ese final los dejaba fríos y tuvo que volver a rodarse una nueva versión? ¿De verdad se pueden achacar esos «logros» a la autoría del director?
Este temita me molesta especialmente cuando se habla de los clásicos. Sí. Esos directores de los treinta y cuarenta cuya sola mención es sinónimo de estilo y buen hacer, como si fueran los padres del cine —la narrativa hollywoodiense la inventó Dickens diga Griffith lo que diga—, como si realmente estuviéramos ante tótems indiscutibles. La realidad de la producción cinematográfica de la época dorada de los estudios de Hollywood dejaba muy poco margen de creatividad a los directores, que a menudo rodaban seis o siete películas al año y normalmente nunca las montaban ellos mismos. De hecho, la labor del director en esta época consistía a menudo en «cubrir» todas y cada una de las escenas, es decir, siguiendo de nuevo la narración de Lumet, rodar de cada una un plano máster general estático, un plano de escorzo y su correspondiente contraplano, un primer plano de cada personaje, y todo esto repitiendo una y otra vez el diálogo de la escena. Luego se componía en montaje con retazos de unos y otros mientras el director probablemente se encontraba ya dirigiendo otra película.
Los directores que realmente controlaban sus películas llegaron más tarde. A éstos sí les encuentro un mérito encomiable: poner de acuerdo a mucha gente, pelear con uñas y dientes para sacar adelante un proyecto, y dirigir. Por supuesto son los auténticos pesos pesados, los que destacaban, más que por su sensibilidad artística, por tener un fortísimo carácter con el que enfrentarse a productores, actores endiosados, técnicos de diverso ámbito y por supuesto guionistas malhumorados. No obstante, aparte de poner la cara y pelear como gato panza arriba, sigo pensando que dirigían una cámara que controlan otros sobre encuadres que iluminan otros para filmar a actores que representan personajes creados por otros, cuyo metraje además —revelado y etalonado por otros— pasaría por la mesa de montaje de otro para que un productor probablemente ajeno a todo el proceso le diera el visto bueno. ¿En serio se puede hablar del director-creador? A lo mejor en la nouvelle vague; quizá en determinadas piezas… Pero sinceramente creo que la «paleta del director» como algo general es una falacia.
El aura del director-creador se ha trasladado con bastante descaro a los nuevos cineastas independientes, hasta llegar al punto de consagrarse como genios indiscutibles a jóvenes realizadores que han tenido pequeños éxitos y que han dirigido a un brillante equipo, normalmente ensombrecido, en buenas piezas sobre guiones sobresalientes de autores que siguen en el anonimato. «¡Pero el director elige los encuadres, controla los tiempos, marca la pauta a los actores!», bueno, por lo poco que he leído me consta que los encuadres a menudo vienen ya apuntados en el guión: ¿acaso creen que para filmar una acotación de expresión facial el director tiene mucho margen para elegir algo que no sea un primer plano? Es cierto que dirige a los actores, pero a partir de la construcción que ellos mismos hacen de sus personajes: ¿para qué iba Robert de Niro a trabajar meses de taxista preparándose un papel si bastaba con seguir las indicaciones de Scorsese? ¿Me dirán que la famosa escena del You talkin’ to me, que improvisó de Niro, es también logro del director?
No me entiendan mal. No digo que el director sea dispensable. Tiene que haber alguien que ponga orden, que dictamine cuál es la decisión correcta o que indique el estilo artístico que se busca en el filme cinematográfico —ya vemos que eso en las series lo deciden otros—. No estoy diciendo que la aportación del director no valga para nada. En absoluto: probablemente sea fundamental. Lo que digo es que no se puede considerar la aportación del director como la fuerza motriz creadora de todo el film; digo que no se puede considerar que el logro de arrancar una lágrima o una sonrisa a un espectador sea mérito exclusivo del director cuando, de hecho, su acción ha sido una aportación, importante por supuesto, pero tanto —o menos— relevante que la aportación de cualquier otro integrante de la producción. ¿Puede el director hacer una buena película sin fotografía? ¿Puede un director marcar el ritmo de un film sin la ayuda de un buen montador? ¿Creen que un buen director puede hacer una buena película con un guión malo? Póngame un solo ejemplo.
Ya sabemos que esto del mérito siempre ha sido así, sobre todo en piezas artísticas. Nos empeñamos en buscar al autor, al creador, al sujeto responsable, al delantero que ha marcado el gol, negándonos a considerar que tal vez el cine no es una cuestión autoral como la pintura o la literatura; nos pirramos por endiosar a la cara reconocible, al LeBron James, al Fernando Alonso, ignorando que la gloria y el éxito se debe al trabajo en equipo, porque los trabajos en equipo no nos entran en la cabeza. Somos más de héroes y líderes individuales, como si de verdad el cine no fuera un negocio de empresa; como si de verdad existiera un punto de artesanía en medio de una de las más tecnificadas industrias; y como si de verdad a John Ford pudiéramos compararlo con Homero.
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