Después de Descifrando Enigma, parece que el actor Benedict Cumberbatch se ha propuesto encarnar a todos los héroes ingleses que tomaron partida en alguna contienda bélica, aunque su intervención en el conflicto fuera anecdótica y lejana del campo de batalla. Igualmente, da la impresión de que todas las producciones británicas de los últimos tiempos están empeñadas en destacar —y, a veces, exagerar— el papel que esas intervenciones anecdóticas tuvieron en el devenir de los acontecimientos a nivel mundial.



En esta ocasión, Cumberbatch pone piel a un empresario inglés de poca monta que, según se narra en la obra —basada en hechos reales—, logró evitar con su intervención nada menos que una hecatombe nuclear en los años sesenta. La historia nos ubica, por tanto, en plena Guerra Fría, con las dos superpotencias mundiales en pugna geoestratégica. Un desertor de las filas soviéticas desea, ante todo, evitar un conflicto mundial y para ello toma contacto con los americanos. Se compromete a pasar información a cambio de su próxima salida de la URSS.
Como los americanos tienen sus movimientos muy limitados en Moscú, la CIA, en alianza con el M16, decide mandar sobre el terreno al espía más improbable: un ciudadano inglés sin experiencia como agente de ningún tipo. La misión de este súbdito de la corona británica es sencillamente viajar regularmente a la capital del Volga y, con la excusa de hacer negocios, entablar contacto con el traidor soviético y pasar información a los aliados.
Su relato de lealtad, patriotismo y camaradería supone, en un plano más metafórico, la mejor simbología del final de la contienda
La película de Dominic Cooke presenta, de entrada, el encanto de las historias de espías de viejo cuño. Abundan las miradas sospechosas, los encuentros furtivos en calles oscuras, los diálogos disimulados por el riesgo de la existencia de micrófonos, las microcámaras y los acentos marcados.
El principal problema de la película es que tiene poco más que eso. No existe una amenaza que se cierna sobre el protagonista, más allá de las aviesas miradas de cualquier prójimo. El espía cumple su misión sin el menor obstáculo durante gran parte del metraje, quedando por tanto muy descafeinada su intervención hasta que se cierne sobre todos ellos la Crisis de los Misiles de Cuba, que es cuando la película toma otro cariz.
Lo que sí resulta muy interesante es la obra en el plano emocional. Las subtramas de relación del protagonista con su esposa, que no puede conocer la verdad de los viajes de su marido a territorio comunista, y del protagonista con su contacto soviético, con quien termina forjando una profunda amistad, componen el punto de mayor interés de la película. Su relato de lealtad, patriotismo y camaradería supone, en un plano más metafórico, la mejor simbología del final de la contienda. De todas ellas.