


Después del desastre de la guerra mundial, la pareja cómica del cine mudo formada por Stan Laurel y Oliver Hardy, conocidos tradicionalmente en España como El Gordo y el Flaco, vive sus horas más bajas. Acreedores de un éxito pretérito y ya a todas luces olvidado por el gran público, ambos cómicos se embarcan en una gira teatral por el Reino Unido natal de Stan Laurel con la esperanza de poder optar así a una nueva producción cinematográfica. No obstante, ni el público les recuerda ni sus productores apuestan demasiado por ellos, lo que acrecentará las diferencias creativas entre ambos y despertará viejas rencillas que aparentemente ya tenían enterradas. Completa el cuadro la irrupción de las esposas de ambos artistas, firmes, dominantes y empeñadas en procurar lo mejor para sus maridos, incluso a pesar de lo que opinen ellos mismos.
Si bien se puede considerar muy próxima al cliché la formulación del drama que se oculta tras la sonriente careta del payaso, la película dirigida por Jon S. Baird desarrolla el tema desde una perspectiva más focalizada en el cariz humano que en las cuitas teatrales y, tal vez por ello, resulta del todo interesante. No se trata, por tanto, del conflicto de los actores olvidados y su pugna por recuperar el cariño del público. La historia, que efectivamente se apoya sobre esa trama, se centra de hecho en la amistad y el respeto de dos intérpretes que, de alguna forma, sienten y saben que no podrían hacer nada el uno sin el otro, ni encima de los escenarios ni probablemente fuera de ellos.
La película destaca por un refinado tono de comedia amable que conjuga a la perfección con la hondura dramática de la propuesta
No son pocas las penurias por las que atraviesan ambos artistas en su periplo por teatrillos de poca monta ni los problemas que arrastran con sus vicios y flaquezas (el alcohol, el tabaco, las apuestas…), pero no cabe duda de que si algo consolida el conflicto del film es la presencia de sus antagónicas esposas, cuya animadversión entre ellas —y hacia el trabajo de sus maridos— supone un obstáculo más en la relación personal y profesional de los comediantes. Sin embargo, también gracias a ellas, se logra construir el retrato más íntimo y personal de la pareja artística.
Además de la cuidada interpretación que imprimen John C. Reilly y Steve Coogan al dar vida al Stan Laurel y el Oliver Hardy originales, la película destaca por un refinado tono de comedia amable que conjuga a la perfección con la hondura dramática de la propuesta. La recreación de los gags originales de El Gordo y el Flaco propicia el humor —hay gags que funcionarán siempre— al tiempo que pone de manifiesto la genialidad de los intérpretes, tanto de los actuales como de sus referentes, realizando así, a través del ejercicio de la memoria, un sincero y sin duda merecido homenaje.