La experiencia de comer en un estrella Michelín es algo que va más allá de la comida. A la degustación de productos más o menos exóticos, más o menos exquisitos o más o menos elaborados, se suma el trato del personal, el cariño de la atención, el cuidado de una puesta en escena, así como cierto sentido de la continuidad, de la lógica de un relato gastronómico a través de las evocaciones y de los sentidos. Es decir, además de lo que se mete uno en la boca, la experiencia de un restaurante de lujo lleva aparejada mucho de intangible. Y, como en todo en lo que se valora lo intangible, también puede tener mucho de tontería.



Margot ha sido invitada por un amigo a un menú en un restaurante tremendamente exclusivo: más de mil dólares el cubierto, espacio reservado en una isla privada a la que sólo se accede en barco, productos de extrema cercanía cuidados y madurados por un amplio staff técnico que vive en la propia isla sin contacto con el exterior… Lo que se dice todo un menú de lujo. El autor, un prestigioso chef de alta cocina que sólo atiende un número limitado de mesas por pase. Entre los comensales: actores, empresarios de éxito, millonarios y críticos gastronómicos.
Los comensales de este particular menú llega un momento en que son presas de él. Miran a sus platos y sus platos les devuelven la mirada, mostrándoles la realidad de sus propias bajezas morales y los pecados por los que van a recibir el peor de los castigos. Sólo hay un problema: Margot no debería estar allí. Ella ha ido en realidad como reemplazo de la acompañante original de su amigo, que declinó la invitación en el último momento. Por ello, su presencia en medio del maridaje del maligno cocinero rechina como un sabor donde no corresponde, como el punto de cocción incorrecto dentro del milimétrico plan del chef.
La película de Mark Mylod no debe tomarse en serio. Se trata de una sátira muy negra, muy brutal y muy salvaje que retrata el mundo de la frivolidad y la tontería, del exceso y el desquiciamiento. Su narración navega entre lo macabro y lo irrisorio, entre el mayor de los absurdos y la más profunda y cruenta crítica social. No hay que buscarle un argumento. Tampoco lógica. Ni siquiera hay que prestar demasiada atención a la historia. Simplemente hay que dejarse llevar por el sentido profundo de todos los sabores que plantea: la acidez del humor negro, la amargura del retrato social, la dulzura de la actuación de Anya Taylor-Joy, lo salado de Ralph Fiennes haciendo de villano desquiciado, y el umami de todo el conjunto, signifique eso lo que signifique.