

Con un rostro de esos que suenan pero a los que cuesta ponerles nombre, el actor Joel Edgerton escribe, dirige y coprotagoniza una película que en sus inicios no se distancia demasiado de los dramones habituales de cadena privada a la hora de la siesta. Simon y Robyn son una pareja joven y acomodada que se muda a Los Ángeles a una casa con paredes de cristal donde pretende asentarse y formar una familia. De pronto aparece en su vida un viejo amigo del instituto un tanto «rarito» que empieza a hacer regalos y a presentarse de forma intempestiva por el barrio. Cualquiera puede entrever el deje de la historia y el perfil siniestro del que parece ser el villano. Ya desde el tráiler se apunta la idea de que hay una culpa que expiar; una deuda pendiente que se remonta, como se puede esperar, a los tiempos del instituto. Cabría incluso prever el final. Pero no.
El Regalo pasa a convertirse sin previo aviso en una pieza a medio camino entre el thriller y el terror psicológico; una película compleja que plantea un diálogo con el público para jugar con sus expectativas una y otra vez en un desarrollo tan conocedor de las reglas del género que se divierte rompiéndolas. Lo convencional de su primer acto no es sino la trampa; la tela de araña que se despliega para atrapar al espectador confiado y llevarle luego por una senda enrevesada donde nadie termina siendo lo que parece. En efecto, de dramón de hora de la siesta no tiene absolutamente nada.
Narrada desde la perspectiva de Robyn, su impuesta reclusión como nueva ama de casa convertirá las paredes transparentes de su hogar en una jaula al tiempo terrorífica y frágil donde, acechada por el temor, irá descubriendo la perturbadora infancia de su marido. Su buscado embarazo y la falta de atención de Simon, que está centrado en ascender en su carrera profesional, irá acrecentado la tensión del relato para desembocar en un final francamente inquietante y demoledor que deja al espectador la difícil tarea de juzgar acerca de la bondad y la maldad de sus protagonistas; acerca de lo que implica ser víctima o verdugo.
Las referencias a otras películas como La Semilla del Diablo o De repente un extraño se agolpan en la mente del espectador
Rodada con un presupuesto que se antoja escaso pero solvente, la factura visual maneja con acierto la ambigüedad de la mirada de la protagonista para cambiarnos de un instante a otro la percepción de todo cuanto creemos saber sobre una historia que parece ya contada —las referencias a otras películas como La Semilla del Diablo o De repente un extraño se agolpan en la mente del espectador—, aunque nunca de esta manera. Una película, en definitiva, que sabe bailar el son del género pero aportando una mirada traviesa que atrapa, engaña, seduce y, sobre todo, inquieta y asusta.