


La suerte o el azar ha querido que el destino de actores tan dispares como Leonardo DiCaprio y Robert Redford estén entrelazados en lo cinematográfico. Ya en 2013 DiCaprio se calzó los zapatos de la veterana estrella de Hollywood para El Gran Gatsby, remake de la pieza de 1974. Ahora, aunque de manera tangencial, lo vuelve a hacer al dar vida al trampero Hugh Glass que, a pesar de todo, no deja de recordar en lo argumental la vieja historia de Jeremiah Johnson, llevada a la pantalla en 1972 por Sidney Pollack e interpretada por un Robert Redford de treinta y seis años. Como en aquella, el western se traslada a la alta montaña para narrar una historia de venganza por el asesinato de un hijo mestizo. No obstante, si el clásico tenía significado más allá del celuloide por el instante político en que se realizó, la obra de Iñárritu se antoja más el ejercicio de virtuosismo de un director/guionista sin contención.
El argumento del filme es sencillo y ya ha sido elocuentemente narrado en todos los tráileres. Corre el año 1820 y un grupo de tramperos se ve asediado por los indios en algún lugar indeterminado entre las actuales Dakota del Norte y Dakota del Sur. Sin más ayuda que su pericia, los hombres dependen de la experiencia del montañés interpretado por DiCaprio, que es el único conocedor del camino de vuelta. No obstante, un oso lo deja malherido y el resto de la expedición, engañada por el villano interpretado magistralmente por Tom Hardy, decide dejarle a su suerte. Para acallar las protestas del hijo mestizo del herido, el personaje de Hardy termina asesinándolo. Esto provocará el deseo de venganza del maltrecho protagonista y su afán por recuperarse.
Tras un rodaje que —se han esforzado en anunciar— ha puesto al límite tanto al equipo como a los actores, la puesta en escena es apabullante. Escenarios reales retratados con una hermosísima fotografía se alternan, con veneración casi mística, con los desgarradores planos del sufrimiento de DiCaprio. La factura visual de Iñárritu, de nuevo arriesgada como en Birdman, con potentes planos secuencia y escenas aparentemente sin cortes, somete al espectador a un baño de realidad que roza de cerca un tremendismo audiovisual que no deja tregua.
Pese a lo espectacular de la propuesta, la historia se queda en demasiado poco para las dos horas y media de contemplación del sufrimiento
El problema es que, pese a lo espectacular de la propuesta, la historia se queda en demasiado poco para las dos horas y media de contemplación del sufrimiento. Iñárritu, más que un diálogo, presenta un monólogo grandilocuente para empaquetar una historia que parece contada ya en el tráiler, sin sorpresas ni giros, y con un villano plano con quien resulta imposible empatizar.
Coincido contigo. Visualmente es espectacular, tiene algunos momentos de bastante tensión dramática y di Caprio está soberbio, pero sólo porque parece una obra destinada a su lucimiento. ¿Habemus Oscar? Podría ser, aunque carece de importancia. Es una película que no vería dos veces