


Q es un periodista afincado en Valencia que ha cambiado los medios de su profesión por la novela negra, y con bastante éxito en parte, quizá, porque no solo escribe sobre crímenes: también los comete. Su última víctima y, por supuesto, protagonista de su próxima novela, es un político corrupto del lugar al que secuestra y asesina sin el menor remordimiento, deshaciéndose del cadáver con pulcritud y efectividad, lo que le permite recrearse en el proceso de escritura con la tranquilidad de que resultará muy complicado que la policía pueda asociarle con la desaparición de la personalidad pública. El problema es que, según descubre a través de la prensa, a su víctima no lo busca la policía. De hecho, tan turbio era el ámbito en que se movía el político asesinado, que la policía tiene orden expresa de no buscarle y así dejar esa labor a los peligrosos clanes narcotraficantes de la zona, quienes tienen métodos menos “garantistas” que las fuerzas del orden.
Tras una larga trayectoria en el ámbito televisivo, El silencio del pantano supone el debut en el formato del largometraje tanto de su director, Marc Vigil, como de los guionistas Carlos de Pando y Sara Antuña, que adaptan la novela de Juanjo Braulio desde dos perspectivas fundamentales: la visión del escritor y la del matón del clan gitano que está encargado de buscar el paradero del político. Sin embargo, esta dualidad no es la única que presenta la obra.
Construida a medio camino entre la realidad y la ficción dentro de la ficción, la película plantea desde el primer momento una visión ambigua en la es el espectador quien debe decidir si está siendo testigo de hechos veraces o si, por el contrario, tan solo está viendo en la pantalla la recreación de la nueva novela del escritor.
La parte estética es sin duda el punto fuerte. La realización sabe a lo que juega, y presenta un clima claustrofóbico rodado con garra y con ritmo que no elude mostrar la violencia en toda su crudeza.
La parte estética es sin duda el punto fuerte. La realización sabe a lo que juega, y presenta un clima claustrofóbico rodado con garra y con ritmo que no elude mostrar la violencia en toda su crudeza. Destacan, en este sentido, las interpretaciones de Nacho Fresneda como matón del clan gitano y de Carmina Barrios como su peligrosa y soez matriarca.
No obstante, la película parece que quiere contar dos cosas completamente distintas que no terminan de casar. Por un lado, se ofrece un thriller de corte político ambientado en los bajos fondos de una sociedad toda ella corrompida; por otro lado, se narra una historia ambigua que se presenta entre lo real y lo ficticio sin que el espectador llegue a tener del todo clara, al final, la distinción entre lo uno y lo otro.