El director británico Ridley Scott, a sus 83 años, va a presentar dos películas en el mismo mes. La más promocionada es la que llegará en próximas semanas, con Lady Gaga en el papel protagonista. No obstante, de la que podemos hablar ya es de la recién estrenada, y que es, sin lugar a dudas, una obra maestra.



El último duelo narra la historia real del combate por la honra de Marguerite de Carrouges, tal y como la recoge el historiador Eric Jager. La dama, violada por el escudero Jacques Le Gris, se atrevió a denunciar la infamia provocando el que sería el último juicio por combate, una solución penal que nunca más se volvería a decretar. Los contendientes eran su esposo, el caballero normando Jean de Carrouges, y el violador, que antaño fue amigo íntimo del anterior —incluso era padrino de su primer hijo—. Ambos se dieron cita en presencia del rey el 29 de diciembre de 1386, a pocos kilómetros de Notre-Dame, con la pretensión de que solo uno de ellos quedase en pie.
Lo interesante de esta construcción episódica de la película es, sin duda, la versión de Marguerite
La historia se desgrana al estilo del Rashomon de Kurosawa: narrando los hechos a partir de la perspectiva individual de cada uno de los personajes. De este modo, se ofrece al espectador cómo cada cual tergiversa la realidad en su propio beneficio, a menudo inconscientemente: el marido agraviado se ve a sí mismo como un dechado de virtudes, defensor del rey y de la justicia; el presunto violador, por su parte, considera que no ha hecho nada malo pues tiene igualmente su historia particular con la dama. Entre ambos hombres, además del agravio carnal, penden disputas por tierras, rentas, tratos de favor y otras cuestiones que enturbian las motivaciones reales de ambos para querer reventarle los hígados al otro.
Lo interesante de esta construcción episódica de la película es, sin duda, la versión de Marguerite —interpretada de forma soberbia por la televisiva Jodie Comer—, que aborda, además de los hechos relativos a su violación, las consecuencias que se le plantean por el atrevimiento de contarlo: si su marido pierde el duelo, se entenderá que Dios ha intercedido para desvelar su falso testimonio y, por tanto, ella será condenada a morir en la hoguera. Sus propias dudas componen la parte más profunda de la historia pues, al fin y al cabo, en la sociedad que retrata el film podría ser mejor y más seguro, para ella misma y su hijo, no contarlo jamás.
Scott, que ha llevado al cine numerosas historias feministas como Alien, Thelma y Louise o La teniente O’Neil, alude a la problemática del #MeToo a través de una película perfectamente dosificada donde brillan los actores que conforman el trío protagonista, que despliegan matices interpretativos de una extraordinaria sutileza. Sin duda, una película imprescindible para disfrutar en pantalla grande.