Odio la publicidad. Lo siento. Sé que es un mal necesario, pero la detesto.
Me interrumpe en los mejores momentos. Me destroza las mejores películas y programas. La desprecio. Y no sólo por las odiosas interrupciones. Piensen que la publicidad es la dueña y señora de la televisión que vemos, de la prensa que leemos, de las revistas, películas y series. En función de la publicidad se programa y organiza prácticamente todo. Si mi serie favorita no consigue levantar una buena audiencia para que la publi eche la caña, cambian por otra cosa con más seguimiento —normalmente más chabacana—, y me cancelan mi programa. Maldita. Con la prensa pasa exactamente igual.
La interrupción me molesta, pero hay algo que todavía me molesta más: ¿si yo no tengo vagina, por qué tengo que tragarme un anuncio de Vaginesil? ¿Por qué Tampax tiene que interrumpirme mi serie? ¿Tampax? ¿A mí? Supongo que les habrá pasado. Están viendo tranquilamente The Big Bang Theory, en Nova, junto con otros miles de espectadores, frikis y veinteañeros como usted, y de pronto una señora les recomienda la solución definitiva para que no se les mueva la dentadura. Supongo que algo parecido se da en el otro espectro: están viendo el maravilloso programa de los vestidos de novia y de pronto se encuentran con un señor anunciándoles la última Gillette masculina. ¿Les agrada? ¿Va con ustedes? ¿Encuentran útil la información?
¿Por qué tengo que recibir el impacto de tantos anuncios que no van para nada conmigo? ¿Por qué el porvenir de una serie depende de que tenga un público amplio y heterogéneo? En nuestro país parece que lo que prima es el share grande, ande o no ande. Muchos. Muchos espectadores. Audiencia a manos llenas. Así luego les podemos meter muchos, muchos anuncios. Cantidad, Pepe; lo que importa es la cantidad. Por eso, ya sabes: dile a tus guionistas que series para todos. Para toda la familia. Que la vea desde el abuelo hasta el nieto; desde la niña a la señora mayor. Y publicidad para todos, que es lo que importa.
¿No se suponía que todas las instituciones y medios de nuestro país nos estaban espiando? ¿No alarmó el pasado domingo Jordi Évole a toda la población diciendo que no teníamos privacidad? ¿No nos invitó el Corte Inglés al cine a cambio de nuestros datos? ¿No estaba Atresmedia haciendo lo impensable para que la gente se suscribiera a su web y así tener a la audiencia controladita? Pues parece que no se enteran. Lo mismo han puesto a un zote a espiar mi twitter porque, a juzgar por la publicidad que me dispara, se debe pensar que soy una señora mayor con problemas de audición.
Imaginen por un momento que el publicitario de turno se toma la molestia de leer sus timelines —no hace falta mucho, ahora hay softwares muy buenos programados por hackers que hacen el trabajo ellos solitos—, averiguan cuáles son sus gustos, qué ven ustedes a qué hora, y programa una publicidad acorde con sus intereses. ¿No les agradaría un poco más? ¿No estarían también más contentos los anunciantes? ¿Tan grave sería? Sigan imaginando. Piensen ahora que de pronto se les cae un rayo mágico a los señores de la tele y dejan de querer tener el share más grande, el mayor número de telespectadores, la mayor cantidad de tuits, y de pronto optan por un share más afín a sus intereses. Imaginen. Hagan el esfuerzo. Inténtenlo. Sé que conociendo al personal es complicado, pero con entrenamiento se consigue. Un directivo de TV español que quiera espectadores con más afinidad sin importar tanto la cantidad. Lo mismo su serie favorita no necesita tanta tanta audiencia para sobrevivir en cadena porque el público que tiene, pese a no ser tan mayoritario, es el que de verdad les interesa. No es tan raro: es lo que en los United States llaman «demográficos». ¿Sería tan terrible?
Es más: invito a las cadenas a leer mis tuits, a mirar lo que publico de manera abierta en mis muros, a leer los contenidos y opiniones que expreso públicamente en este blog, y a obrar en consecuencia. Por favor. Etiquétenme. Pónganme todos los descriptores que consideren necesarios. Aprovechen mi libertad de expresión para apuntar mis gustos y aficiones, y no vuelvan a anunciarme Vaginesil, ni Tampax. Verán que el Corega y el Gaes todavía no hace falta. ¿Sería posible? ¿Qué formulario hay que rellenar?
Ya, ya sé que eso de etiquetar a la gente suena mal, pero piensen que Netflix, el portal de series y películas online, ya ha rescatado Arrested Development y The Killing, series canceladas y casi sepultadas por el olvido catódico. ¿Por qué? ¿De dónde se creen que sacan la inspiración? ¿Por qué creen que sabían que House of Cards iba a ser un éxito sin necesidad de testear un capítulo piloto? ¿Una epifanía? ¿Un rayo mágico caído de una nube rosa? Claro que no. Simplemente manejan datos. Data, como les dicen ellos. Data que les indica, entre otras cosas, qué contenido interesa a qué segmento demográfico, y hacen lo que tienen que hacer: poner el programa adecuado ¡Y arriba las suscripciones! En las cadenas en abierto hacen otro tanto de lo mismo: los anunciantes saben a qué público van a llegar en un determinado hueco de la parrilla, y los espectadores no se sienten ninguneados por una publicidad que no va mayoritariamente con ellos.
Ya, ya sé que me dirán que una cadena pública en abierto como las nuestras no puede compararse a Netflix… aunque nuestra TDT haya disgregado un buen número de canales con rasgos bastante bien definidos —piensen en Energy o Divinity—; ni aunque ahora les haya dado por ofrecer contenidos a la carta —e incluso de pago— vía web. No. Claro que no. Analizar a la audiencia en base a los datos públicos y legales implicaría utilizar Cookies y esas cosas endemoniadas —como si no los utilizasen— y contratar a community managers para estar pendiente de las redes —como si no los tuvieran ya—. ¿Saben cómo se gestiona la publicidad en nuestra flamante TDT? Pues a lo mamporrero: cuando la cadena principal pone el anuncio, lo ponen a la vez todas las demás del grupo. Por eso en Nova, Nitro, Explora, La Siete y demás se cortan diálogos y se interrumpen los programas a lo bruto. No hay cariño. No hay delicadeza. No hay respeto.
Ya lo sé, ya… Si los anunciantes se molestasen en ver lo que colgamos públicamente en nuestras redes sociales sufriríamos un bombardeo masivo de publicidad personalizada. Sería terrible. Lo nunca visto. Nos saltarían banners en las páginas que visitemos, incluso en los periódicos digitales; nos llenarían los buzones con ofertas y papeles; nos interrumpirían nuestros programas favoritos…
¿Pillan la ironía? ¿No?
Alto y claro.