Personalmente creo que en los últimos años estamos faltos de un periodismo de fondo. No sé si me entienden. Periodismo en profundidad, que trate los temas desde diferentes perspectivas, con tiempo, con análisis… no el mero canutazo declarativo de informativo de las tres. Reportajes más extensos, documentales, incluso, que arrojen perspectiva. Sí. Quizá esa sea la palabra que estoy buscando: perspectiva. Por ello el estreno la semana pasada de la apuesta de Antena 3 por el periodismo de investigación —si es que En Tierra Hostil puede llamarse así— me llamó la atención.
Por si no conocen el programa, la dinámica es sencilla: el formato del clásico Callejeros, pero en los lugares más hostiles del planeta. Se pueden imaginar. Un reportero o reportera —Jalis de la Serna y Alejandra Andrade son, de momento, los rostros visibles del formato— que se mete allá donde no quiere ir nadie jugándose, en teoría, el pellejo. Pinta bien, o al menos esa puede ser la primera impresión: un cronista al que se presupone imparcialidad narrando de primera mano la situación desde aquellos lugares donde pocos se atreverían a aventurarse. A lo Robert Capa en el Desembarco en Normandía, ya saben.
Claro, el problema es que la cosa, aunque tiene su morbo, me ha empezado a chirriar desde el comienzo. De entrada quizá haya influido en mi prejuicio que, de los diez destinos «hostiles» de esta temporada yo he pasado alguna breve estancia en tres y conservo amistades que siguen viviendo allí. Ojo, esto no quita que sigan siendo «hostiles» en el sentido en que los vende el programa, pero claro, no es lo mismo, como comprenderán, entrar en México que entrar en Corea del Norte; no es lo mismo visitar ahora hoy por hoy Ucrania que cruzar el Estrecho para hacer el programa desde Marruecos, sin perjuicio de la «hostilidad», conste.
Pese a ello comencé el viaje con Jalis la semana pasada más expectante que resabido y oye, mira, me empezó gustando. Todo el tema del coltán, que no conocía, todos los tejemanejes del viaje de ida, las dificultades para llegar, el empleo tan socorrido de la cámara oculta… Me iba enganchando por momentos hasta que, de pronto, percibí algo que se me había escapado desde el comienzo. Había música.
Me iba enganchando por momentos hasta que, de pronto, percibí algo que se me había escapado desde el comienzo
Música, sí. Y no cualquier música. Habían puesto música «de tensión». Ya saben que basta poner una música determinada para embadurnar cualquier cosa con un barniz del tono que se busque. Prueben a asar algo en el horno con música de Músorgski, no resistirán el suspense. La cosa es que, de pronto, se me rompió la burbuja mágica en la que me tenía metido la narración del programa y desperté como de un sueño para percibir muchas más cosas raras.
Por ejemplo, en un momento dado iba Jalis y su equipo en un todoterreno camino de la mina de coltán, allá en el Congo profundo, cuando de pronto se encontraron con un camión hundido en el barro que aparentemente les obstaculizaba el paso. TENSIÓN. La música sube en intensidad; la cámara trastabilla en planos movidos y desacompasados de esos que generan «mal rollo»; una leve ralentización de la imagen y la locución de Jalis —al más puro estilo Gloria Serra— terminan de aportar al momento la carga de dramatización necesaria para transmitirme la sensación de «revés». Luego el todoterreno adelanta al camión varado por un lateral y «problema» solucionado. ¿Me entienden? Un poco más adelante en el mismo camino encuentran un control policial. MÁXIMA TENSIÓN. De nuevo la música sube en intensidad, la cámara comienza a trastabillar como en The Blair Witch Project —o en Rec, para que me entiendan los lectores menores de treinta—, se introduce una ralentización como en los mates de la NBA y la locución de Jalis se engola hasta alcanzar el tono de Gandalf el Gris ante el Barlog de Moria. Entonces pasan junto a un uniformado que les dedica un sonriente Bon jour. ¿Para eso tanto?
No es mi intención quitarle mérito al trabajo periodístico, ni mucho menos afirmar que no sucede lo que sucede en los destinos «hostiles» del programa. Después del rato dedicado a los «percances» del camino, Jalis efectivamente llegaba a una mina donde saltaban a la vista las condiciones infrahumanas de trabajo, así como la aparente explotación infantil que allí se daba. No voy por ahí. Está claro que los destinos «hostiles» son «hostiles» por algo. A lo que voy es a que, quizá, la narración del programa sea más expresiva que documental; a que es posible que la edición y la selección del material más que «narrar de primera mano», tenga la pretensión de «emocionar de primera mano». Y claro, eso ya se escapa de lo que yo entiendo como periodismo y empieza a generarme dudas. ¿El comprador de coltán al que grababan con «cámara oculta» por la puerta entreabierta y que luego les concede una entrevista —y con quién terminan compartiendo coche— no sabría que estaba siendo grabado? ¿Las miradas ceñudas de los guardias y la milicia, más que al recelo, no se deberían al sol del mediodía? Entiéndanme, al fin y al cabo la música, la cámara trastabillante, la locución volitiva y las ralentizaciones terminan por deformar la realidad que se pretende mostrar. Y esto lo sabe Antena 3 igual que lo sabía Robert Capa, igual que lo saben los cientos de fotógrafos y periodistas de guerra que están en primera línea de otros territorios hostiles jugándose el pellejo por documentar lo que sucede sin engolar la voz y, en su mayoría, sin cobrar un céntimo de ninguna agencia española.
Siempre se ha dicho que para tener perspectiva hay que alejarse del bosque, no adentrarse en él. Afortunadamente la semana pasada acompañaron el En Tierra Hostil con un segundo programa posterior llamado Las claves en el que, ya sin el tembleque del cámara, dieron voz a catedráticos, periodistas, expertos y personas que, de alguna manera, habían también vivido de primera mano la situación que se había descrito, aportando el contrapunto de reflexión que necesitaba el programa inicial. Eso sí… pasada la medianoche.
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