Damián es un hombre taciturno y solitario. Trabaja en una fábrica de muebles en medio de un polígono. Es un manitas, o eso parece. Lamentablemente, por algún motivo ignorado, es despedido de su trabajo. En un arrebato de ira, rompe la caja registradora al salir de la fábrica pero, cuando el encargado le reprende, huye. Porque Damián también es un cobarde.



En su huída no encuentra mejor opción que esconderse en un armario que encuentra por el camino. El mueble está en un camión de mudanzas, por lo que, en cuestión de minutos, Damián es trasladado, en su interior, a la casa de una familia conformada por los padres y una hija adolescente. Allí, el polizón opta por seguir escondido en espera de que, en mitad de la noche, pueda salir sin ser visto.
Pero llega la noche y no sale. Decide quedarse, oculto en el armario. Como es un manitas no tarda en hacer un doble fondo a su estancia, donde puede permanecer con relativa comodidad mientras los habitantes de la casa hacen su vida sin notarle. Bueno, sin apenas notarle pues, curiosamente, Damián parece tener cierto afán por fregar los platos y hacer las tareas domésticas de sus anfitriones involuntarios. Su afán por mejorar la vida familiar, de hecho, a medida que va conociendo sus intimidades, irá cada vez a más.
La madre, no obstante, empieza a sospechar que algo sucede. No es normal que su casa permanezca tan limpia sin que tenga que ser ella misma quien se encargue de mantenerla así. Sin embargo, su condición psicológica previa, y el hecho de que el armario sea un recuerdo de su infancia, la hacen sugestionarse para creer que está conviviendo con un fantasma benefactor. Concretamente, el fantasma de su hermano mellizo, que murió en su niñez y que cree que se ha traído con el traslado del mueble.
Félix Viscarret y David Muñoz adaptan la novela de Juan José Millás Desde la sombra con mucho acierto. La película, protagonizada por un contenido Paco León, juega a la expresión de la realidad íntima de los personajes con un relato que se mantiene con soltura en la frontera entre lo racional y lo onírico, entre lo absurdo y lo realista. Pero también entre la comedia y el horror.
Porque No mires a los ojos, además de un drama intimista que explora la soledad, el abandono y sus consecuencias —impresiona Leonor Watling en su papel de madre—, también plantea una historia terrorífica y perturbadora que se va enredando, poco a poco, en una dirección tan grotesca como inesperada. Hasta el punto de poner al espectador frente a un espejo moral.
Muy recomendable.