


La coronel Katherine Powell (Helen Mirren) es la encargada de coordinar una operación de inteligencia militar, con varias fuerzas internacionales implicadas, para apresar a un grupo de terroristas en Kenia. En mitad de la operación —pensada únicamente para capturar a potenciales enemigos—, las circunstancias cambian y todas las partes involucradas, militares y políticas, deben decidir si la misión debe convertirse sobre la marcha en una acción de asesinato selectivo, sopesando muy bien los denominados «daños colaterales», las responsabilidades y los peligros para la población civil.
Con esta deliberadamente escueta sinopsis —para evitar spoilers innecesarios— puede parecer que Eye in the sky, dirigida por Gavin Hood, es una película bélica más, de las que la industria cultural, comercial, militar y cinematográfica de Estados Unidos nos tiene tan abundantemente surtidos. No hay más que ver el éxito en taquilla de estrenos como 13 Hours o Lone Survivor para entender que la rentabilidad de la guerra en el cine está asegurada.
No obstante, la película de Hood, con guión de Guy Hibbert, es británica, no americana. Y, lo que más me ha sorprendido, da una vuelta de tuerca argumental y de desarrollo en su planteamiento que no es común en el género. Se trata de una propuesta de cine bélico donde, paradójicamente, prácticamente no hay tiros, explosiones ni sangre salpicando la pantalla. No verán disparos con balas trazadoras, muertes dramáticas a cámara lenta ni misiones suicidas en aras de un patriotismo épico. Se trata más bien de una película de despachos, drones y conexiones vía satélite.
Porque la guerra del siglo XXI es principalmente tecnológica y no tanto de trincheras. Y esa es una de las principales virtudes de Eye in the sky: situar al espectador ante las características, frías y funcionariales, de los conflictos bélicos contemporáneos. En la guerra de hoy —sobre todo desde el punto de vista hegemónico de las potencias occidentales— la víctima está a miles de kilómetros de distancia y la decisión de disparar o permanecer impasible está en una sala de crisis, enmoquetada, con té y biscotes, no tanto en una zanja de un país tercermundista y polvoriento. O no únicamente, al menos. Los soldados deciden sobre las vidas de los demás, delante de una consola y un ordenador mientras dura su turno, nada más. Como lisérgicas y extrañas cajeras del Mercadona, para que me entiendan.
A Helen Mirren la acompañan el tristemente desaparecido Alan Rickman o el tótem seriéfilo Aaron Paul
Otro de los tremendos aciertos de la película es utilizar la guerra como escenario, no como protagonista. Todo el peso, toda la tensión dramática, el auténtico conflicto es de índole moral y filosófica: ¿se puede sacrificar una única vida inocente, a sabiendas de que lo es, para salvaguardar la seguridad de muchas más personas? ¿Es más importante una muerte segura que ochenta muertes probables? ¿Tiene una única vida el valor suficiente como para insertarla en ecuaciones de probabilidad y estimaciones de daños? ¿son todas las guerras políticamente aceptables o sólo algunas? ¿existe cobertura legal para una guerra? ¿cuál es la responsabilidad individual de una acción bélica? ¿y la política e institucional?
Preguntas de semejante calado, si bien pueden encontrarse con recurrencia en la literatura —y no en toda la literatura, por desgracia; desde luego, no en la de hoy en día— no son habituales en el cine mainstream. El resto de confrontaciones y la escenificación del mamoneo político, la refracción de responsabilidad, la utilización interesada de las cadenas de mando y decisión… no hacen más que complementar acertadamente una propuesta fílmica más que interesante. También contribuye al buen sabor de boca un elenco apropiado. A Helen Mirren la acompañan el tristemente desaparecido Alan Rickman o el tótem seriéfilo Aaron Paul, por citar sólo las caras más conocidas. Todos y cada uno de ellos aportan un empaque y una solvencia interpretativa muy de agradecer.
El director mantiene un ritmo y una tensión a lo largo de toda la película dignos de los thrillers clásicos más celebrados y, sin ninguna duda, se convierte para un servidor en una de las películas bélicas mejor resueltas de los últimos diez años y, con un poco de suerte, en un referente del género para las décadas venideras. Sin duda… la guerra hoy es lo que, con crudeza y habilidad, nos lanza a la cara Gavin Hood. Extremadamente recomendable.