Contaban los cronistas de la antigüedad clásica que el destino de los hombres estaba escrito de antemano. El designio que dictaban los dioses era a menudo perverso y siempre inamovible. No había forma de escapar de él. De hecho, lo más común es que quien tratase de evitarlo terminase, con sus actos, acelerando las desgracias que para él estaban reservadas; como una rueda impasible e imperturbable que aplasta la libertad y la voluntad de los mortales. En el film de Juan Galiñanes sucede algo así, y quizá de ahí el título. Todo está ya determinado y decidido por un cruel juego de casualidades y causalidades que condenan el futuro de dos familias.



Pues hoy un niño tiene que morir. No importa, en realidad, lo que haga su padre ni su madre; no importa lo que hagan médicos ni policías; no importa los planes ni las prevenciones. La sentencia sobre el muchacho está sellada por el cosmos, y no hay escapatoria. Va a suceder, de una forma o de otra. Y lo que quedará no será más que lamentos y culpa.
Culpa del irresponsable, que quiso burlar a la propia suerte y manipular su fortuna en una casa de apuestas con amaños; culpa del negligente, que no apretó el gatillo cuando tuvo la oportunidad y ahora siente que tiene que apretarlo sin quererlo; culpa del criminal, que antepuso su venganza personal a la vida de los más débiles; culpa del ausente, que debía haber estado donde no estuvo, y del médico que dijo lo que no podía, y de quien se quedó cuando tenía que irse o quien se fue cuando tenía que quedarse…
La película de Juan Galiñanes, con guion suyo y de Alberto Marini, se construye a partir de una imbricada y determinista trama donde todo lo que sucede desemboca en un dilema trágico para sus principales protagonistas: dilema, pues tendrán la oportunidad de tomar decisiones sobre sus actos; y trágico, pues ninguna de sus opciones parece realmente correcta. Se construye así una película que logra mantener la tensión del espectador en todo momento y que sabe aprovechar su economía de localizaciones e intérpretes.
Flaquea un poco el desenlace, con parte del clímax del entuerto contado en off y una resolución elidida que deja en el aire más preguntas que respuestas, pero que a pesar de todo logra ofrecer la satisfacción de una trama cerrada, sorpresiva pero plausible, coherente con la historia y los personajes y, sobre todo, muy entretenida en el planteamiento moral de sus acciones y consecuencias. Sin duda, una muy buena elección para ir a ver en la pantalla grande.