


La carrera del treintañero Damien Chazelle podría compararse con el fulgurante ascenso del cohete Saturno V en la gesta del Apolo 11. Tras el éxito de crítica y público de su segundo largometraje como director, Whiplash (2014), en 2017 Chazelle se convierte en el director más joven en lograr el Óscar por su tercera película, la multipremiada La la land (2016). Ahora, apoyado de nuevo frente a las cámaras por Ryan Gosling, y con el irrefutable talento —apenas aprovechado— de Claire Foy, el cineasta trae a la cartelera el biopic del primer hombre que pisó la Luna.
Neil Armstrong era piloto de pruebas cuando falleció de cáncer su hija pequeña. Por aquel entonces todavía los Estados Unidos seguían con pesadumbre la estela soviética en la carrera espacial. Armstrong logró entrar en el programa Gemini, antesala del ambicioso proyecto de ida y vuelta a la Luna, cuya principal misión consistía en lograr el acople de dos naves en el espacio. Superado el proceso, en 1967 dio comienzo el programa Apolo, con trágicos accidentes en sus primeras acciones. Armstrong perdió a varios compañeros y amigos en el trance de lograr la gesta de pisar el satélite. Finalmente, el 20 de julio de 1969, como es sabido, el Apolo 11 logró el alunizaje bajo su mando.
Observando el horizonte del Mar de la Tranquilidad, el mismo hombre que ha logrado la hazaña imposible de pisar la Luna sentirá la impotencia de no haber podido salvar la vida de su hija.
El filme de Chazelle persigue dos finalidades, la estética y la narrativa. Por un lado, ya desde los primeros acordes hace manifiestamente clara la pretensión de narrar la aventura espacial desde la perspectiva interior de su protagonista. En este sentido, contrariamente a lo que suele ser habitual en el género, no hay grandilocuentes planos de naves surcando el cosmos. En vez de ello, Chazelle opta por el plano subjetivo; la mirada cerrada y claustrofóbica del protagonista desde el interior de cabinas y naves que por los chirridos que emiten al quebrar los cielos se dirían de hojalata. La textura se vuelve rugosa y el plano trastabillante, sucio y desenfocado durante gran parte del metraje, casi como queriendo asimilar el peso de la atmósfera —la terrestre, pero también la emocional— sobre el personaje.
Por otro lado, desde el punto de vista narrativo, Chazelle trata de articular un relato paradójico que narra el éxito desde la absoluta pesadumbre. Apoyado en la ya habitual inexpresividad de su protagonista, el director consigue —o, al menos, intenta— confrontar la hazaña con el duelo; lo sublime del mayor de los éxitos con lo nefasto de la más oscura de las derrotas. De tal modo que, observando el horizonte del Mar de la Tranquilidad, el mismo hombre que ha logrado la hazaña imposible de pisar la Luna sentirá la impotencia de no haber podido salvar la vida de su hija.