Hubo una época en que las películas tenían su propio universo, incluso las de superhéroes. Peinan canas los espectadores que vieron a Michael Keaton enfundarse en el traje de Batman por primera vez. Ellos mismos vieron después hacerlo a Val Kilmer, y a George Clooney, y a Christian Bale… y no pasaba nada. Mismo personaje, mismo antifaz, misma capa… pero películas distintas, independientes y autónomas. Simples y disfrutables.



De un tiempo a esta parte parece que esa filosofía ha pasado a mejor vida. Auspiciada, quizá, por la política de las plataformas de serializarlo todo, o bien contagiada de los peores vicios del mundo del cómic, ahora los filmes de superhéroes deben ser franquiciables; deben verse sometidos al marco de la antología, como una novela río donde todos los guardianes de la paz y la justicia deben compartir patio de recreo. Un patio que, a la postre, debe ser igual pero diferente en cada nueva entrega; debe ser un multiverso. Y, lo más grave, debe tener retroactividad: el Batman de Keaton, y el de Kilmer, y el de Clooney… todos son posibles a la vez y en el mismo lugar.
El problema es que esto supone una contradicción en sí misma pues, ¿qué necesidad tenemos de un Flash si en la misma ciudad vive Superman, Batman, Wonder Woman, Acuaman y, probablemente, el Chapulín Colorado, que es el héroe definitivo? ¿Y qué necesidad de mezclar múltiples universos interconectados si con los problemas de uno solo ya nos basta y nos sobra? Para solventar el asunto, el director Andy Muschietti y la guionista Christina Hodson han optado por una solución inteligente.
Flash, en comparación con su supervecinos, tal vez sea el menos relevante de los integrantes de la Liga de la Justicia. Ante los conflictos externos no hace otra cosa que correr de un lado a otro evitando que a los civiles les caigan encima los escombros de la destrucción que causan sus socios. No obstante, si es el chico de los recados de la trama externa, es sin duda el protagonista de su trama interna. Y ahí el acierto.
El problema de Flash es que, pese a su velocidad, siempre ha sido demasiado lento. Demasiado lento para entender sus emociones; demasiado lento para salvar a su madre de la muerte; demasiado lento para poder arreglar los problemas de autoestima y de realización que le atenazan día tras día. Y ahí, con independencia de los universos que visite, es donde está realmente el peliculón.
Muschietti logra la combinación adecuada de sensiblería, heroísmo, nostalgia y comedia como para engatusar al público y conseguir que olvide por un instante que su protagonista, Ezra Miller, está envuelto en turbios asuntos legales con implicación de abuso de menores y conductas agresivas. En definitiva, una película que logra la evasión completa de la realidad. ¿No es esa la finalidad del cine?