Algo tiene Margot Robbie con los timadores. Si ya en El lobo de Wall Street dio vida a la desdichada pareja de Leonardo DiCaprio en su papel de broker corrupto, en el segundo largometraje estrenado en España donde brilla la australiana ésta no se queda atrás: hace de pareja criminal de Nicky (Will Smith), al que presentan como el mejor estafador del mundo. Pero en esta ocasión hay, al menos, una diferencia principal: ella es tan ladrona como él.
Focus plantea, fundamentalmente, una historia de amor entre timadores donde él es el líder de una empresa criminal dedicada a la estafa y el robo —sólo de millonarios, eso sí—, y ella es una atractiva aspirante a ladrona que quiere, vocacionalmente, formar parte de la banda. El romance surgirá en el primer instante, generando una situación de tensión que se irá acrecentando poco a poco a lo largo del film conforme las mentiras y los celos vayan haciendo aparición. La trama nos sitúa en dos espacios bien diferenciados —en realidad son tres, contando el prólogo en el que los personajes de Smith y Robbie se encuentran por primera vez—: Nueva Orleans y Buenos Aires. En la primera ciudad, la banda de Smith llevará a cabo un trabajo de épicas dimensiones que, no obstante, no terminará del todo bien. La segunda parte se ubica tres años después de la anterior, con un golpe que se antoja de mayor calado que el primero, pero que presentará trabas del todo inesperadas.
Además de delegar en la casualidad gran parte de su premisa, no duda en dejar al espectador en la peor situación posible: la de estafado
Los problemas narrativos de la película son numerosos y notables. Además de delegar en la casualidad gran parte de su premisa, no duda en dejar al espectador en la peor situación posible: la de estafado. Si bien otras películas del género como Ocean’s Eleven se sostienen sobre la base de convertir a la audiencia en cómplice del engaño, en Focus se tiende hacia la posición contraria: los primeros engañados somos nosotros, en cada escena, en cada giro, en cada trama. Todo son mentiras; trucos de guión sacados de la manga y trampas, una tras otra, una tras otra… y el espectador, ahí sentado, no puede sino tragar y tragar mientras se aplica la balsámica cataplasma de la subtrama amorosa, único nexo entre las tres partes que dividen el film, y que llevan adelante la pareja que volveremos a ver junta el año que viene en Suicide Squad.
Pese a todo, la cosa casi se sostiene sobre el punto de humor, el ápice de intriga, la sorpresa constante y el atractivo animal de los protagonistas —más el de ella que de él, todo sea dicho—. El fuego fatuo del oficio del trilero, que cumple a rajatabla lo que el propio Smith explica al comienzo, cuando ejerce de mentor, al afirmar que basta con poner una distracción para que cualquier pardillo caiga en la trama. Y qué mejor distracción que una de amor y celos para que acabemos comprando todo lo demás.