¡Revuelo en las redes sociales! Alarma en las páginas de fotografía, expectación y ansiedad, dudas, filtraciones, falsas previews, y al fin, el secreto desvelado: nueva cámara de Nikon.
¿Prestaciones, de cero a cien, consumo? ¿Aire acondicionado? Al final es siempre lo mismo, en la era de la foto digital. Un poquito más de esto, algo de lo otro, un botón cambiado de sitio, y al final un nuevo y abultado precio. Megas, ISO, buffer, euros.
Sin embargo esta vez es diferente. Esta vez me he enamorado. Y eso -o quizás precisamente por eso— porque la nueva cámara no es mejor, ni más rápida, ni con sensor más grande, ni tiene, en general, mejores números. Sólo es más bonita. Soy así de superficial.
Me gusta esa línea angulosa, que me recuerda a los fotógrafos míticos, con sus FM colgadas a pares; me gusta cómo calza ese nuevo 50mm con aro metálico, y me la imagino con mis tradicionales fijos de serie D, orgullosos de su anillo de apertura. Es que a uno le gustan los libros, los relojes de cuerda, los anillos de apertura y que no le cambien el sistema operativo del ordenador, ahora que ya le tengo pillado el truco.
No pretendo, como insinúa la publicidad, beber whisky solo, o llevar pañuelo de seda al cuello; no, soy más bien normalucho. Colacao de desayuno, horario laboral, y me cisco en el precio de la gasolina, como todos más o menos, supongo. Pero me tiene loquito esa cámara. Mariposas en el estómago. Sensación de tacto en mis manos. Imagino qué le diría si me la encontrara a solas. He vuelto a la adolescencia.
Sin embargo, hay algo que se interpone entre nosotros. Tu precio. Tres mil euros, medio millón de pesetas, es demasiado para una economía que mira a fin de mes. Eres frívola y despiadada. A pesar de eso, me gustas, eres encantadora. No sé por qué mis alumnos se ríen cuando les hablo de hacer un crowdfunding para el profesor menesteroso…