


La comandante Mira Killian ha tenido un «nacimiento» particular. Rescatada de un atentado terrorista donde quedó maltrecha, su cerebro fue transplantado a un cuerpo enteramente artificial que le permite realizar proezas fuera de lo común, incluso en un entorno futurista donde las «mejoras» tecnológicas en seres humanos están a la orden del día. Ahora dirige un comando de la misteriosa Sección 9 del gobierno, centrada en antiterrorismo cibernético, y su último caso es detener a un peligroso hacker que está asesinando a todos los doctores implicados precisamente en el proceso de fabricación de cyborgs como ella misma. No obstante, el encuentro cara a cara con el villano hará que se replantee todo aquello que conoce, incluida su propia identidad.
La versión en imagen real de Ghost in the Shell bebe directamente de los filmes de animación realizados por Mamoru Oshii y otros en los noventa a partir de la saga de cómics de Masamune Shirow, de ahí que las críticas derivadas de su comparación hayan llovido desde mucho antes de su estreno, especialmente en lo referente a la «occidentalización» de los personajes principales y el debilitamiento dramático de todo el fondo filosófico que planteaba la película anime original de 1995.
Poco queda en la versión actual de las diatribas en cuanto a los problemas de identidad social y heterotopias del clásico, y mucho menos de los conceptos de alma y memoria, mente y máquina que plantea la narración original. La versión protagonizada por Scarlett Johansson se entreteje como un thriller de ciencia ficción con una premisa mucho más básica y asequible: atrapar al villano, primero, e intentar comprenderlo, después.
Los interrogantes internos y el trauma dramático de la protagonista son sencillamente verbalizados frente a una taza de té
Y precisamente ahí es donde reside el problema fundamental de la narración. No hace falta incidir en la falta de fidelidad a los referentes para destapar los resquicios de un relato que, cegado quizá por el éxtasis digital, termina por presentar una historia anodina y predecible donde el descubrimiento del villano carece del menor interés, y la resolución de los interrogantes internos que fundamentan el trauma dramático de la protagonista son sencillamente verbalizados frente a una taza de té.
Impresiona, eso sí, el desarrollo visual de la película. Pese a ser pocas, las escenas que juegan a remedar la versión animada de 1995 no dejan, en lo visual, nada al azar, incluyendo la piel —carcasa en esta versión— transparente de la protagonista. La fotografía, el montaje y el desarrollo estético sorprenden en cuanto a la realización y puesta en escena tanto en la recreación del entorno urbano futurista como en el diseño de los androides y las escenas de acción.