Si quieres vender algo cuenta una buena historia y ponla en YouTube.
Hace algunos días Pablo Rey hablaba de la cámara de sus sueños y de cómo, en cierta forma, se estaba volviendo a las líneas clásicas. Acompañaba su post con los vídeos que habían hecho para promocionar el asunto en los que un actor hacía de fotógrafo en el sentido más romántico del término: maduro, aventurero, solitario… Es decir, lejos de mostrar una sarta de datos técnicos, prestaciones y otros elementos propios de la cámara, se nos presentaba un amago de historia: el fotógrafo ante su inspiración, el descubrimiento, el explorador.
La camarita que traemos hoy es radicalmente opuesta a la que enseñábamos el otro día, pero su método de venta es exactamente el mismo: contar una historia. Se trata de la nueva edición de la GoPro Hero3+, ya saben, una de estas mini cámaras de acción que de pronto parecen haberse convertido en compañeras inseparables de los skaters y aficionados al snowboard en general. Con esta pequeña filmadora se obtienen planos subjetivos de la experiencia individual de cada uno, y de ahí que se hayan puesto de moda en el ámbito del deporte.
Lo llamativo del asunto es, de nuevo, su campaña de marketing. Nada de prestaciones, nada de información técnica: ni pesos, ni ópticas, ni lentes, ni frames ni megapixeles. Tan solo historias, con personajes, protagonistas y conflictos muy claros: olas que surfear, montañas que escalar, calles por las que ir a toda mecha en bicicleta. Eso sí, con un acabado espectacular, imágenes imposibles filmadas —así lo dicen— con la propia camarita, y una banda sonora a tono. Les parecerá una tontería, pero el vídeo lleva ya más de doce millones de reproducciones, que se dice pronto:
Pero la cosa no termina aquí. Además de este espectacular spot, se ha soltado en la red un pequeño cortometraje para cada una de las historias que han visto aquí fragmentadas. De este modo, pueden seguir, entre otros vídeos, el de la aventura de Hayley Ashburn y Marshall Miller trepando las míticas Fisher Towers en Moab (Utah) para luego lanzarse al vacío desde ellas:
El desenfrenado descenso en bicicleta de las escalonadas calles de Valparaiso (Chile) por Aaron Chase, Brian Lopes y Chris Van Dine:
La introducción que hace Marlon Gerber de su sobrino Varun Tanjung en el mundo del surf en las aguas de Indonesia:
O el enternecedor encuentro de Kevin Richardson con los leones de Pretoria (Sudáfrica), a los que acaricia como si se tratase de gatitos falderos:
Las historias emocionan, son lúdicas, generan empatía, aportan valor, y además son un excelente método para mostrar las cualidades de un producto tan susceptible de ser reducido a una sarta de datos técnicos, como es una micro cámara.
Sin embargo, lo realmente interesante del asunto es que el canal elegido, por encima de la inserción publicitaria en los medios tradicionales, ha sido el de YouTube, que es, precisamente, la plataforma —gratuita— donde además suelen colgar sus vídeos los usuarios de este tipo de cámara. Se puede afirmar que estas pequeñas piezas son auténticas producciones publicitarias —pese a lo sencillo que parece, tienen su producción, sus tiempos de rodaje y montaje, su música, etc.— destinadas al entorno cibernético. No son anuncios colgados en YouTube, son anuncios rodados para YouTube.
¿Qué pasaría si todos los anunciantes hicieran lo mismo? La ola ya se ha implantado en el ámbito del maquillaje y otros productos cosméticos: hay youtubers por ahí que son patrocinadas por marcas de maquillaje a cambio de subir sus tutoriales a la plataforma de vídeos online. En el ámbito de los videojuegos está sucediendo exactamente lo mismo. ¿Llegará el día en que se invierta más publicidad en las redes que en la propia televisión? ¿Y si ha llegado ya?