


Después de birlar un mcguffin, la cuadrilla formada por Peter Quill / Star-Lord se ve obligada a escapar a toda prisa del ataque de una altiva raza de dorados sujetos estrellando su nave en el primer planeta que se encuentran en su camino. Todo les va mal pero, no obstante, como caído del cielo aparece un personaje en el momento adecuado que les salva y les cataliza, como en las buenas historias, hacia una deriva que por supuesto hace levantar una ceja a los espectadores resabidos. No es otro que Kurt Russell, reconvertido en padre del protagonista y a quien de hecho ya hemos visto en el prólogo, rejuvenecido digitalmente, sembrando flores por el universo. Trasladados al planeta de diseño de este recién llegado, los protagonistas se encontrarán con nuevos peligros mientras los ofendidos alienígenas dorados contratan para que les den caza a los peores saqueadores de la galaxia.
Resulta llamativo como la segunda entrega de Guardianes de la Galaxia logra entremezclar prácticamente una historia individual para cada miembro del reparto. Mientras Peter Quill lleva adelante la trama paterno-filial y su conflicto interior; su compañera/amada Gamora tendrá que solventar la rivalidad que mantiene con su hermana Nébula y que las trae de pelea mortal en pelea mortal; el malvado Yondu deberá hacer frente al motín que lleva a cabo su tripulación cuando se le empiezan a notar sus demonios interiores; Drax encontrará a alguien que quizá le recuerde a su hija perdida, y el deslenguado Rocket tratará de escapar una y otra vez para demostrarle al mundo y a sí mismo que es mucho más que un mapache.
No obstante, todo este cruce de arcos dramáticos se ve eclipsado por el insospechado encanto del pequeño Groot, el esqueje-bebé que se verá envuelto en todas las escenas de acción y que terminará sencillamente robando tanto el protagonismo como la atención de la cámara, que sin duda prefiere centrarse en sus gracietas que en las tediosas batallas interestelares de siempre.
Aunque cumple a la perfección su función como película de acción con toques de humor gamberro, lo cierto es que el filme cae un poco en el exceso de explicación, decayendo irremisiblemente el ritmo a lo largo del segundo tramo, cuando uno tras otro los personajes entonan a viva voz el conflicto profundo que les mueve y lastrando cualquier atisbo de suspense en el relato salvo el de la historia que termina por redimir al truhán de Yondu, que es, aunque moralmente, el auténtico protagonista de la película.