Anoche Telecinco y Antena 3 dieron una vez más muestra de la guerra catódica nacional al programar y contraprogramar dos estrenos simultáneamente. Una falta de respeto, pensarán; una forma de hundir a la industria que produce las series dividiendo la audiencia; una manera de perjudicar al espectador… BOBADAS.
Sé lo que se imaginan. La estrategia correcta, la que hubieran previsto ustedes —y cualquier cártel dedicado al narcotráfico de algodones de azúcar— hubiera sido repartirse la tajada de audiencia: un día tú, otro día yo, y todos en paz. Hoy estrenamos B&B, mañana estrenáis Velvet, y todos felices: ganar-ganar; yo me marco un veintitantos hoy, tú lo marcas mañana, los espectadores pueden ver las dos series a la vez, y los productores, tanto de una como de la otra, pueden dormir tranquilos por una vez. Todo maravilloso en la casa de gominola de la calle de la piruleta.
La cosa es que no funciona así. Nunca ha funcionado así. En ninguna parte del mundo funciona así. De entrada, porque hay que entender un aspecto importante del sistema de televisión generalista: las series no son el producto. Las series son el cebo. El producto eres tú, querido espectador. Sí, sí. Lo siento, pero es así. No eres cliente de nada, eres la presa del día. La captura. Mañana, en la lonja, te pondrán junto a todos los demás para engatusar al verdadero cliente del asunto: el que compra la publicidad. Es triste, pero así lo hemos aceptado. ¿Derecho a quejarnos? El mismo que el pez, ya ves.
En segundo lugar, esto es una competición de unos contra los otros. No es cosa de compartir como buenos hermanos. No nos equivoquemos. Competencia. Ni reparto ni leches: las cadenas lo quieren todo día a día, minuto a minuto, mes a mes. Su supervivencia depende de ello, o eso creen. ¿Vamos a dejar que los otros nos adelanten hoy y perdamos mañana el prestigio, el caché y la inversión publicitaria que nos sostiene? ¿Estamos tontos? ¿Dejó Tyson que le ganaran aquel round de la oreja? Ni de coña. La filosofía de nuestras cadenas, de ir a por el mayor share, no permite devaneos de programación ni ceder lo más mínimo al enemigo. Podría ser de otra manera, pero es como es. Sorry. Funcionamos así.
De hecho sería absurdo que no funcionase así. Pongamos por caso que amañamos el asunto y nos repartimos el pastel ¿qué ponemos nosotros mientras Antena 3 estrena su serie? ¿dejamos de emitir un rato? ¿ponemos un producto de menor nivel para el prime-time? ¿esperamos que los otros nos hagan luego el mismo favor? No, a ver, no queremos competir, así que frente a mi Velvet tú pon un refrito de esos de sábado por la mañana en tu prime-time, que ya si eso yo hago lo mismo cuando estrenes tú. ¿No sería insultar a la audiencia? ¿No sería eso faltar al respeto a los espectadores y, de paso, a los propios trabajadores de la casa? ¿No sería engañar a los anunciantes que nos pagan por conseguir el mejor dato de audiencia para meter su publicidad?
De todos los comentarios que leo en blogs por ahí poniendo a parir la ley del libre mercado catódico, el que más me enerva de todos es el que argumenta que el perjudicado es el espectador. ¡El espectador! ¡Perjudicado por poder elegir! ¿Desde cuándo poder elegir entre dos productos es perjudicial para nadie? Supongo que tener una audiencia cautiva es el sueño húmedo de cualquier programador, pero de ahí a que se perjudique al espectador va un trecho. De hecho, ¡es todo lo contrario!
A ver, vivimos en una época en que el espectador posee más herramientas que nunca para ver lo que realmente quiere ver. Se pongan las cadenas y los bloggeros apocalípticos como se pongan, si alguien quiere ver los dos estrenos de anoche puede hacerlo perfecta y legalmente. Que estamos en el 2014, señores: la tragedia del espectador maltratado no existe. Quien anoche se pusiera con Velvet puede ver hoy B&B y viceversa. ¿A qué tanto drama? Ah, que se cancela la serie si no hacemos el numerito, y la gente a la calle. Claro. Igual que si pones comida de peor calidad que la competencia, que si vendes un producto de menor categoría que tu competencia, o que si no prestas el servicio que prestes con una calidad equiparable a tu competencia. Claro: mejor que no tengan donde elegir. Ya.
La competencia, de toda la vida, ha beneficiado al espectador. Imaginen que tuviéramos un solo canal (o tres aconchabados). ¿Qué necesidad habría de hacer productos con un mínimo de calidad? Teniendo la cuota de audiencia asegurada, ¿para qué arriesgar? ¿para qué invertir? ¿para qué? La gente vería lo que hubiera, o se pondría a leer. No. La competencia es buena. ¡Ojalá hubiera más! Sí, no lo digo en broma: ojalá hubiera estrenos de series potentes en todos los canales de nuestra maltrecha parrilla, así a lo mejor empezaban a mirar los demográficos, a lo mejor se decidían a invertir realmente en producción propia, y a lo mejor la televisión dejaba de tratar a los espectadores como sardinillas al peso realizando productos realmente de calidad dirigidos a sus públicos específicos.
La competencia no perjudica ni a la producción nacional ni a los espectadores, al contrario: la espolea para mejorar. Lo que perjudica a la producción nacional es que se dejen de emitir series a mitad de temporada; que se cambien los horarios en parrilla a la mínima presión; que se interrumpan capítulos por el dichoso fútbol —o similares eventos deportivos de audiencia mayoritaria—; que se presione para realizar series de consumo rápido, de no pensar, de poder ver sin apartar la vista del plato de macarrones; que se siga persiguiendo el éxito a base solo de chabacanismo del pata negra; que se guarden producciones en cajones cogiendo polvo; que no se invierta ni se apueste por el desarrollo de todos los canales de la parrilla, etc., etc., etc. ¿La competencia? ¡La competencia es lo único bueno que tenemos!