Si algo nos ha enseñado la serie Killing Eve es que la vida de sicaria no es sencilla. A la complicación de los encargos puntuales que los jefes mafiosos te hacen se suma el trauma que ya de por sí tienes que traer de base para querer dedicarte a asesinar a gente por dinero. Al igual que en la serie, así le sucede a la protagonista de Gunpowder Milkshake: el abandono de su madre —también sicaria— cuando era tan solo una adolescente la aboca a llevar su misma forma de vida, y a deberle lealtad a la misma calaña de señores. No obstante, todo cambia cuando de pronto la víctima colateral de una de sus misiones resulta ser una niña de ocho años y tres cuartos, que se mezcla en la ecuación de un ajuste de cuentas con la mafia rival.



Explicada así, la película escrita y dirigida por Navot Papushado podría ser un drama con tintes trágicos. No obstante, el tono que se plantea es precisamente el contrario: se trata de una comedia gamberra donde prima la acción, la sangre, la ultraviolencia y una estilización videoclipera que la sitúa en las antípodas del realismo.
Los referentes que maneja el director son claros y están meridianamente definidos. Tarantino resuena de fondo, también el James Gunn de los Guardianes de la Galaxia, Guy Ritchie tampoco queda lejos en el cocktail explosivo… pero sin duda el espectador se sentirá trasladado a un universo muy parecido al de John Wick; un universo de sociedades asesinas, armas cromadas, peleas acrobáticas y una predilección enfermiza por las luces de neon de colores chillones. La principal diferencia, como es obvio, reside en el género de la protagonista.
Y precisamente ahí está el factor de relevancia de una película como Gunpowder Milkshake: se trata de una obra pretendidamente feminista, o que quiere, al menos, presentar una inversión de roles enunciada a los cuatro vientos desde el instante en que empieza. En la película, las armas se esconden en libros de Jane Austen, Charlotte Brontë y Virginia Wolf.
Su principal problema: se trata de un feminismo de postureo
Pero ahí reside su principal problema: se trata de un feminismo de postureo. Los personajes no tienen más trasfondo que el que atañe a la propia obra, resultando por completo mujeres artificiales. Los villanos carecen de la menor enjundia e inteligencia, comportándose sencillamente como piezas de un mecano sin otra función que dejarse patear; y la trama se presenta de una forma tan predecible que casi puede adivinarse la resolución final desde la primera secuencia.
No obstante, el humor y el artificio visual se llevan bien, con escenas delirantes como la pelea en el hospital bajo el efecto de las drogas paralizantes y el gas de la risa. Solo por eso, merece una visita a la sala.