Mi última aportación a esta sección, tan ciclotímica como su autor, es de hace más de dos meses.
Por entonces, les hablaba del que consideraba mejor libro de 2013. En la misma época, al parecer, había otra obra que se disputaba ese puesto, entre los lectores: La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joël Dicker (Alfaguara). Al menos así lo dictaminaban en uno de esos diarios «importantes» de tirada nacional. Y éste ha sido el último libro que he terminado, para comprobar si realmente es tan bueno como dicen.
Llegó a mí como suelen llegar este tipo de obras: a través del boca oreja. Por lo visto, llevaba gran parte del pasado año en puestos medios de la lista de ventas, pero corría como la pólvora en las tertulias de lectores ávidos, acrecentando diariamente su halo de best seller imperdible y escalando puestas en las citadas listas. El planteamiento es curioso y del gusto de quien ama los libros y la lectura, porque va justamente de eso: es un thriller clásico ambientado en una apacible localidad de New Hampshire (USA), protagonizado por un escritor, y con la literatura como hilo conductor y personaje sigiloso. ¿Thriller? ¿Otro? Bueno, de todo hay en la viña del Señor y, además, los libros son, hasta cierto punto, protagonistas. Sé que puede despertar suspicacias pero ¿qué demonios?
Marcus Goldman es un novelista de éxito con apenas 30 años. En la cima, millonario y famoso, tiene que cumplir su compromiso con la editorial y publicar su segunda obra, pero se enfrenta a un bloqueo creativo que lo tiene aterrorizado. Para salvarlo, recurre a Harry Quebert, ex profesor universitario, maestro, mentor y único amigo. Con él se retira del mundanal ruido en el costero pueblo de Aurora, donde compartió con él sus años de estudiante y se forjó su actual amistad. Sin poder salvar el escollo, Marcus regresa a Nueva York, desesperado. Poco después, Quebert lo llama desde una comisaría. En el jardín de su casa han encontrado el cuerpo de una niña de 15 años desaparecida en 1975 y le han acusado de asesinato. Marcus acude a su lado para intentar limpiar el nombre de su amigo y descubrir la verdad.
Si aún no han comprado los derechos cinematográficos de la obra de Dicker, imagino que están tardando. Porque, según estaba leyendo su libro, me parecía estar viendo un telefilme dramático en Antena 3 en la sobremesa. Quizás, si hay dinero suficiente, hagan una película hasta respetable. Porque, sin ser una obra maestra, la novela de Joël Dicker entretiene y cumple todos los tópicos del género. Como guion televisivo o cinematográfico, nada que objetar. Pero como libro… Porque uno de sus problemas es precisamente ese: la sobreabundancia de tópicos, ya leídos y vistos; personajes mil veces desarrollados y, en algunos casos —la madre de Marcus Goldman o Tamara Quinn, por ejemplo— tan exagerados y «sobreactuados» que resultan patéticamente cómicos.
A Dicker hay que reconocerle su capacidad para mantener cierta tensión, su ojo para colocar los cliffhangers en el lugar adecuado y su talento para sorprender, sobre todo en el último tercio de la novela. Nadie es quien parece, las tramas se mezclan y relacionan, quizás de manera algo forzada pero sin escándalos. La verdad sobre el caso Harry Quebert no es un mal libro, pero tampoco está pensado para lectores exigentes. Es una hamburguesa para deglutir sin pensar en el colesterol, aunque una hamburguesa hecha con mimo. Para llevarse a la playa en vacaciones o llevar encima y matar las esperas en los atascos, el metro y similares. Exigencia intelectual, cero. Aunque entretiene.