Querido guionista atormentado. Te comprendo. Lo sé. De verdad. Es una cosa que, de hecho, todos lo vemos y comprendemos. La serie se ha agotado. Alcanzó su tope en un momento pletórico y sanguinolento y de ahí todo ha venido en caída libre por el afán insensato de girar, de sorprender y de salir del tópico del «más de lo mismo». Por eso os habéis inventado a la Dra. Vogel, y os habéis olvidado de todo lo demás. [Spoilers por doquier, ya sabéis].
Aunque siempre me he confesado un fiel seguidor, la verdad es que Dexter lleva tres temporadas de más. El apoteósico final de la cuarta debió haber dado pie a un epílogo decente en la quinta que se cerrara con dignidad y no como va a cerrarse esta octava. En vez de eso, la serie ha seguido la ruta de lo inverosímil, lo chapucero y últimamente lo rebuscado.
Vale que sea necesario un supervillano en condiciones, como aquel IceTruckKiller, como aquel Trinity… alguien con quien Dexter sea capaz de empatizar; alguien que pueda ser su mentor, su hermano, su ayuda… y al tiempo convertirse en su peor pesadilla. Vale. Se admite. Aceptamos el salto mortal sin red; el giro imposible de guión; la anciana misteriosa mirando a través de la rendija sin dejarse ver… Lo que no podemos admitir es que por incluir este particular se traicione una por una todas las premisas dramáticas de la serie.
Querido buen guionista, si resulta que ahora nos dices que el código de Harry no es el código de Harry, sino que es de una señora rara, estás atentando contra uno de los pilares fundamentales que hacían esta serie digna de interés: el juego moral, la educación como panacea, la actitud paternalista y patriarcal, los referentes con pies de barro… Incluso te cargas de sopetón el doble juego de diálogo interior de Dexter contra el fantasma de su padre, la reminiscencia shakesperiana, la culpa y la redención en el acto de cumplir la póstuma voluntad del progenitor/salvador —tema éste fundamental que ya reportó fondo a laureadas obras como El Silencio de los Corderos…—
De un plumazo, como quien dice, Harry se ha convertido en la marioneta de una doctora de moral ambigua y el pobre Dexter en una víctima más de la Técnica Ludovico. Y lo grave es que no tenemos otra opción que tragárnoslo. Que aceptar que el idolatrado Harry ha pasado definitivamente a mejor vida y que la nueva consigna la dicta una señora que parece ser que siempre ha estado ahí, aunque nunca la hayamos visto.
Por más que duela, estoy dispuesto a aceptarlo por ver terminar la serie… quizá más por la esquizofrénica Debra —un personaje que es tan diferente de una temporada a otra que casi sorprende que lo haya interpretado la misma actriz— que por el propio devenir del protagonista… Ahora bien, que acepte esa premisa no implica que tenga que tragarme también el amplio surtido de pequeñeces que dan al traste con todo el realismo de la historia: ¿Harry relatando ante una cámara los asesinatos de su hijo? ¿Dexter y Vogel discutiendo los pormenores del crimen por teléfono, así, con línea abierta? ¿Allanamientos de morada que no se reportan a la policía —sí, ha entrado alguien pero ya se ha ido, puedes dormir tranquila—? ¿Cambiazos de pistola sin que balística lo note ni coteje con las balas del cadáver? ¿Incursiones y manoseo de documentos y armas sin huellas ni rastros? ¿El bebé-guadiana de Dexter, que lo mismo está que no está? ¿Dexter con fragmentos de temporadas anteriores de la serie Dexter en su iPhone4S? ¿Nos hemos vuelto locos?
Con todo, lo que más grave me parece es el final en off de María LaGuerta. Empezamos la temporada como si nada hubiera pasado. Tan sólo un diálogo ante el banco que le han dedicado: María, qué pena. La pobre. Nunca se encontró su cadáver. Se perdió la bala. Una lástima. Fíjate. Con lo que hubiera disfrutado ella con el asesino misterioso de las disecciones… Y, a todo esto, ¿quién será? Visto el tono y la deriva de la serie podría ser un expaciente de Vogel jugando con el alma del pobre Dexter —como se esperan todos—, o a lo mejor podría haber otro salto mortal de guión. Ya hemos visto que están en un plan en el que todo les importa un pimiento. Podría ser Matthews, Quinn… un extravagante desconocido, Hannibal, Debra borracha, drogada de «electrolitos» y sonámbula… Incluso, ¿quién sabe?, podría ser Harry, que nunca murió; o LaGuerta que vuelve de entre los muertos… ¡A lo mejor es el propio Dexter, tú! El caso es que para pillarlo basta con esperar en la puerta de Vogel, y nadie parece por la labor.