


Lo siento mucho por los forofos, pero es verdad. Me alegro. Pero no porque se trate de una serie mala ni porque le tenga ningún tipo de tirria personal. Al contrario, me declaro fan enamorado de su fotografía y parsimonia. Me alegro de que termine porque esto posibilitará un final decente, coherente con la literatura de donde bebe y adecuado al tiempo y forma. Dicho de otra manera, terminando ahora prevenimos que la cosa se vaya de madre mucho más.
Porque, seamos sinceros, tienen tendencia a que se les vaya de tono. Y mucho. Recuerdo cuando en la primera temporada, con la excusa de lo onírico, lo psicológico y la inexpresividad del protagonista nos colaban alegremente todo lo que les daba la gana: desde cocineros profesionales que no reconocían las partes humanas con las que trabajaban hasta incongruencias lógicas y temporales de lo más evidentes. Recuerden: en lo que Morfeo se termina de afeitar para la cena, Hannibal ha pasado consulta a cuatro pacientes, le ha hecho el ronqueo a cinco cadáveres que ha dispuesto en forma de crisálida en pleno parque público, y ha cocinado un aspic de testículo humano acompañado de cordero laqueado. Todo en off, por supuesto; todo sin testigos de ninguna clase, ni en la serie ni como espectadores.
A pesar de ello, la melosidad de la trama, lo incongruente del relato y el morbo de Gillian Anderson hierática alimentándose tan sólo de vino italiano, ostras y nueces me siguen atrayendo. Sigo estando fascinado por la ambientación, la magnífica iluminación y fotografía sugerente de todos y cada uno de los planos, y tolero —entre cabezadas, debo confesar— esa banda sonora como de dentro de tinaja antigua. Incluso encuentro cierta belleza en las ralentizaciones con que nos están atosigando esta temporada siempre que tienen ocasión. Reconozcámoslo, Hannibal tiene tantos macros a cámara lenta que, salvando las escenas gore, el resto de la serie se podría proyectar en pantallas en cualquier discoteca hipster así, solo para dar ambiente.
Pero esto no quita que, con todo, la cosa empiece a mostrar síntomas de desgaste. A la irrupción de nuevos inquilinos —esos personajes que de la noche a la mañana superan el rango de víctimas para convertirse en secundarios de pleno derecho— se une la estratagema de la nueva ubicación, el nuevo escenario y la consabida manipulación, tan azarosa en la ficción como premeditada en la writers room, de los eventos y encontronazos, ya sean reales o fruto de la mente enferma de Will Graham.
Los policiacos que enfocan la trama desde la perspectiva del villano tienen una vida muy corta
Los policiacos que huyen del procedimental y enfocan la trama desde la perspectiva del villano tienen una vida muy corta. O se humaniza al monstruo y se termina con un fundido a negro o la cosa se desparrama. Acuérdense de Dexter y sus cuatro temporadas de más. Por eso creo que la decisión de no renovar es tan positiva como esperada. No hay más que leer los títulos de los episodios de esta remesa para percatarse de que la historia, por fin, parece adecuarse a la sucesión narrativa que marcan los libros. Terminado el experimento italiano conocemos al Dragón y, tras él, como gran final de fiesta, a los corderos.
Y, claro, mentiría si dijera que no me causa cierto cosquilleo en la espalda y me entra la risa floja. De vez en cuando miro en la IMDB a ver si han actualizado el título del misterioso episodio #3.12 y le han puesto El silencio de los corderos, por anteceder a la Ira, que es el 13. Estoy ansioso porque termine, y porque además termine bien arriba, bien en lo alto; estoy ansioso porque el último minuto sirva de redención de todo el celuloide desperdiciado en dar continuidad a la que —sigo convencido— es la mejor película feminista de la historia del cine; la última en lograr los cinco grandes Oscars. Estoy ansioso y deseando que llegue el final. Y eso, lo veamos como lo veamos, es motivo de alegría.