Maren ha cumplido los dieciocho y se ha independizado. Bueno, más bien se han independizado de ella. Su padre, trabajador de clase baja que la ha criado en solitario, un buen día le deja sobre la mesa un sobre con dinero y un casete explicando sus motivos. La abandona a su suerte, pues ya es mayorcita. A ella le duele, claro. Pero, por otro lado, parece que en el fondo comprende los razonamientos de su padre para dejarla tirada. En definitiva, no puede afrontar más el tipo de vida que ella le impone; que le lleva imponiendo, de hecho, desde que tenía tres años. Porque Maren resulta que es caníbal, y no puede evitarlo.



Los caníbales viven entre nosotros. Para ellos, según parece, devorar carne humana es una necesidad. Como el respirar. Pueden aguantar largas temporadas sin hacerlo pero, tarde o temprano, en algún momento, tienen que ceder a sus instintos antropófagos. Maren lo descubre a lo largo de su periplo. Vaga por la América profunda en busca de la madre que una vez tuvo y que también la abandonó —su padre, después de todo, resulta ser el progenitor “bueno”—.
Mientras viaja a donde las pistas de su certificado de nacimiento la van llevando, Maren se topa con personajes variopintos que no tardan en reconocerla como uno de ellos. Porque los caníbales, además de vivir entre nosotros, se huelen unos a otros. Así conoce a Sully, un hombre mayor que fue capaz de olerla a un kilómetro de distancia. También de este modo conoce a Lee, un muchacho atormentado que no duda en asesinar cuando siente el irrefrenable deseo de devorar a alguien, aunque luego se arrepiente. De él se acaba enamorando.
Y ahí la historia se pierde en el romance. La cámara se pliega a captar sencillamente hermosas poses lánguidas de una pareja de jóvenes enamorados que se besan al atardecer, al amanecer, en la carretera, junto a un lago, bordeando un valle, en una feria, en un aparcamiento, en un piso okupado, en un matadero, sobre una colina, en una gasolinera, con otros como ellos, en solitario…
Luca Guadagnino, director de la aclamada Call me by your name, adapta una novela intimista de Camille DeAngelis que explora la feminidad, el empoderamiento, la libertad, el confrontar la soledad y los retruécanos vitales que hay que hacer para aceptarse a uno/a mismo/a —sobre todo si eres caníbal—. No obstante, su trazo se queda en lo anecdótico, olvidando la premisa principal y explayándose en lo accesorio. Una obra preciosa de ver, de oír y de degustar, con unos actores hermosísimos que tienen una tremenda química y un potente carisma. Lástima que el solomillo haya quedado tan crudo.