


Si los enredos de pareja son uno de los temas recurrentes del cine y la literatura, de un tiempo a esta parte las comedias sobre bodas desastrosas se han convertido en un subgénero en sí mismas. Ocho apellidos vascos, Tres bodas de más, Ahora o nunca… la sucesión de títulos que abordan el conflicto de los enamorados a pie de altar parece consolidarse como un goteo constante en la cartelera española. Y es una tendencia casi tan común como la de remakear películas extranjeras que han pasado por nuestras pantallas con más pena que gloria en el tiempo reciente. Hasta que la boda nos separe, la última película de Dani de la Orden, es el remake españolizado de la comedia francesa La wedding planner, llevada a la pantalla por la directora Reem Kherici en 2017.
El argumento parte de un conflicto interesante. Marina es una organizadora de bodas que tiene un escarceo sexual con uno de los invitados de una de las nupcias que ha organizado. Después del revolcón le da su tarjeta a modo de despedida, pues realmente ella no tiene intención de verle nunca más. No obstante, la novia de él encuentra la tarjeta y la toma como una pedida de mano. Él, incapaz de confesar su escarceo, decide emprender una huída hacia delante que termina en el altar. De este modo, Marina se encuentra de pronto con el encargo de tener que organizar la boda de su aventura sexual, hacia quien, como es de esperar, empieza a sentirse atraída. El conflicto, no obstante, no termina aquí. La casualidad ha querido que la novia sea una antigua amiga —enemiga, más bien— de la infancia de la wedding planner.
La película saca a los personajes principales de la trama y termina dejando el peso de la narración sobre los secundarios
Con una factura visual solvente y un plantel de actores especialmente dotados para el humor, la película de Dani de la Orden no aporta nada que no se haya visto ya en el resto de películas que glosan el género: humor visual, comedia de enredo a partir del equívoco, líos de cuernos, sabotajes escandalosos, cierto tono negro en algunos instantes y, por supuesto, los suegros, tercer pilar indispensable de este tipo de obras.
La pieza, que va perdiendo garra conforme avanza el metraje, plantea un juego de coprotagonismo que, de alguna forma, saca a los personajes principales de la trama y termina dejando el peso de la narración sobre los secundarios —la novia, el amigo…—, para terminar en un final estrambótico sin demasiado sentido en el conjunto de la obra y que la acerca peligrosamente al sainete.
No obstante, a pesar de estos rasgos, la película se deja ver con media sonrisa, el rol de la protagonista resulta refrescante, y los chistes, en general, están bien traídos.