Hoy continúa la apuesta de Telecinco para la noche de los martes, una miniserie con un acabado extraordinario pero que no me convence. Y no me convence, principalmente, porque comete cinco pecados imperdonables.
Pecado #1: Pereza. Algunos piensan que un fallo de ambientación o dos en una obra que aspira a ser histórica no tiene demasiada importancia. Yo creo que es justo al contrario. Un anacronismo en una serie es como una gamba en una tortilla de camarones: algo que, de entrada, rompe por completo el pacto de suspensión de incredulidad del espectador. Si resulta que hay más de uno la cosa ya es un pitorreo; ya no es una gamba, es querer dar gato por liebre. Y eso es, cuanto menos, insultante. En el episodio de la semana pasada pusieron cosas que no existían en la época narrada, y además hicieron hincapié con la producción, como queriendo pavonearse en el cachondeo. ¿Tanto costaba investigar un poco, aunque fuera en la Wikipedia? Un plano detalle de un billete de mil pesetas con la cara de Francisco Pizarro —que no circuló hasta el noventa y dos—; policías arremetiendo contra los manifestantes que se oponían a la entrada en la OTAN con el uniforme de antes de ayer; música que no casa con la época… y mi favorita: las bragas cheekies de María Valverde, algo muy de recién aprobada selectividad en 1985, sí, sí. Bobaditas, ya ven. Cosas sin demasiada importancia para los creadores de la serie. Total, el público al que va dirigida no conoció las mil pesetas con la cara de Galdós.
Pecado #2: Soberbia. La calidad interpretativa de nuestras jóvenes promesas es inversamente proporcional a su disposición a mostrar cacha. Ya ha llegado un momento en que no sé si es cosa de los guionistas, que ponen frases complejas en boca de personajes simples, o si es sencillamente que cuanto más se esfuerzan ellos en parecer naturales más impostados resultan. ¿Será cuestión del director? El caso es que en el momento que aparece en pantalla un actor con un poquito más de tablas se nota la diferencia como de la noche al día. Ya lo comentábamos en su momento hablando de Velvet. El problema de tener una generación de intérpretes de pectoral firme y lengua flácida es que en cuanto se topan en escena con un Carlos Hipólito o una Elvira Mínguez quedan reducidos a la mayor de las miserias.
Pecado #3: Desconsideración. La simpleza de los protagonistas roza lo borderline. Ya. Ya sé que está de moda, desde la saga Crepúsculo, los triángulos amorosos protagonizados por adolescentes de encefalograma plano, pero en este caso creo que los han hecho, para mi gusto, demasiado planos. Piénsenlo: el hijo mayor ha necesitado una escena en la que Carlos Hipólito le dice verbalmente hasta en tres ocasiones que ha intentado suicidarse para cobrar el seguro —y eso que fue el primogénito quien le rescató—; el hijo menor ha necesitado dos escarceos y pico para descubrir la homosexualidad de su profesor/gran maestre/nigromante, y todavía no tengo claro que sepa a lo que se refiere con la «contraprestación» que le está pidiendo; y ella… bueno, ella sencillamente se dedica a ir a ver performances —sí, el Madrid de la Movida y tal— sin tener ni puñetera idea de lo que es. Pero ojo, no culpen a los guionistas. No es cosa de ellos. Los guionistas, por norma general, adoran hacer personajes complejos llenos de aristas y de triángulos de Karpman, triples perspectivas a lo Susan Suleiman, tramas, arquitramas y otras cosas teóricas que se estudian en los másters de guión, pero se encuentran habitualmente con un «no» de alguien que cree que esas cosas no se entienden. Sí. Deberían sentirse ofendidos como audiencia fiel: los personajes de las series españolas son simplones porque los que mandan en las producciones piensan que ustedes son simplones; Carlos Hipólito no le ha repetido a su hijo hasta tres veces lo obvio, se lo ha repetido a usted, querido espectador medio. Para que se entere, idiota. ¿Sienta bien?
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Pecado #4: Vanidad. Se ha hablado mucho de la factura visual, la fotografía y el acabado de la serie. Es verdad que está más cuidado que la media pero cae, en mi opinión, en un terrible pecado de vanidad. La factura visual se cree mejor de lo que es, o aspira, quizá, a lo que no puede por nuestra eterna falta de medios —o ansiedad de los realizadores por rodar lo que cuesta cincuenta por cinco—. ¿Qué necesidad había de filmar la carga policial contra los manifestantes con una docena de figurantes y unos cuantos policías esmirriados? ¿De verdad era necesario incluirla? ¿Hacía falta ese abuso del zoom en la pelea final, en ese ring de boxeo artificioso a todas luces? Sí, la pelea final es para hacerle un marco y mandársela a Guy Ritchie para el perdón de nuestros pecados, y para que se ría. Porque mira que hay opciones de hacerlo de manera fantástica sin caer en el absurdo, sin ser extravagante ni cometer pecados visuales. Pero no. Nosotros no podemos rodar un ring de boxeo con una cámara en grúa como Scorsese. ¿Scorqué? Anda, anda, tú haz un paneo a dos velocidades guapo ahí, y que los actores se peguen despacito, que luego lo aceleramos y no se nota. Dale.
Pecado #5: Ceguera. Pero de todos, el pecado más grave es sin duda estar tan cerca de una buena historia y pasar por completo de ella. Porque de hecho está ahí. La tienen, pero de soslayo. A ver qué opinan: por un lado tenemos una historia intrascendente de tres personajes adolescentes sosainas que se quieren pero se separan al terminar el instituto; por otro lado tenemos la historia de un hombre arruinado que ha decidido suicidarse en secreto para que su familia pueda cobrar el seguro y salir adelante. ¿Cuál es la opción correcta? ¿Cuál es el conflicto potente? ¿Cuál está, de hecho, de más actualidad? ¿Cuál tiene más poso, más trasfondo, personajes con más aristas y más enjundia? ¿Cuál les parece mejor: chicos conocen a chica y se separan por las circunstancias o Qué bello es vivir? La historia de un padre desesperado dispuesto a todo para salvar a los suyos es, sin duda, un drama mucho más potente que la otra cosa. Si esa historia la cogieran los americanos harían un serión. Un momento… de hecho lo hicieron: se llama Breaking Bad.
Pero claro, ahí está el problema. En esa versión el protagonista sería Carlos Hipólito, y eso no vende. No. Aquí los protagonistas tienen que ser los jóvenes. Y tiene que haber un triángulo amoroso. Y un conflicto entre hermanos. Y un mafioso, o varios. Y ambientada en una época real. Y masones. ¿Masones? Sí, masones, o algo así. Y boxeo, como en el Bronx, pero en Madrí. Pero, señor de la tele, eso no tiene mucho sentido. Bueno, los guionistas sois vosotros. Meted lo que os parezca pero, sobre todo, no olvidéis lo importante (pecado #6): María Valverde en bragas, María Valverde en piscina, María Valverde en bañera y desnuda. Siempre desnuda.