En el clásico Taxi Driver, Travis Bickle es un taxista neoyorkino que sueña con “limpiar la ciudad” de todo lo corrupto. No se queda en un deseo, pues se convierte en un héroe local al asesinar a los proxenetas que están explotando a una menor. Pero Travis, en realidad, no es ningún héroe. Minutos antes de su hazaña había tratado de atentar contra un político. Si hubiera tenido oportunidad, quién sabe qué más habría hecho, y contra quién. Si Travis Bickle hubiese sido un fundamentalista religioso, y Nueva York un importante centro de peregrinación para los devotos de todo el mundo, una “ciudad sagrada”. ¿Qué habría hecho Travis? ¿A quién habría atacado?



Holy Spider se apoya en un caso real. En la ciudad de Mashhad, enclave de relevancia para la corriente chií y segunda ciudad más importante de Irán, Saeed Hanaei asesinó entre 2000 y 2001 a Afsaneh, Layla, Fariba, Massoumeh, Sarah, Azam, Sakineh, Khadijeh, Marzieh, Maryam, Touba, Azra, Maryam, Shiva, Zahra, Leila, Mahboube y Zahra. Su modus operandi era muy sencillo: buscaba a las prostitutas que dieran indicios de ser toxicómanas, las llevaba a su casa con la promesa de dinero o drogas, las estrangulaba y posteriormente arrojaba el cadáver a alguna zanja o algún descampado. Esta forma de actuar le granjeó el apodo de “asesino araña”. Cuando fue capturado por la policía, afirmó que lo que había hecho era sencillamente “limpiar la ciudad”, y que su trabajo era aprobado por Dios.
La película del iraní Ali Abbasi narra su caso partiendo de la investigación de una periodista que lo está siguiendo. De esta forma, logra un doble objetivo: por un lado, retrata la forma de vida y la idiosincrasia que reina en su país; por otro, imprime una perspectiva feminista a la ecuación. O eso pretende.
Porque, efectivamente, la película retrata los problemas que tiene que sortear la periodista por el simple hecho de ser mujer. Más allá de la obligatoriedad del velo, no puede acceder a la información, no puede dirigirse a las autoridades por ella misma, ni puede siquiera alquilarse una habitación de hotel individual. La sociedad, por su parte, sale muy mal parada en el retrato que hace el film: el asesino es considerado un héroe por sus vecinos, familiares y autoridades religiosas.
Sin embargo, la película cae en la fascinación por el monstruo. El criminal tiene familia, amigos, problemas mentales… Su construcción resulta incluso más completa e interesante que la de la periodista. Y no solo eso. Sus víctimas son meramente instrumentales. No tienen nombre, apenas tienen cara. Son solo, como siempre, el macguffin.