No deja de resultar irónico que el legendario Indiana Jones, en su última aventura, busque un artefacto que le permita viajar en el tiempo. Precisamente el héroe que más anquilosado parece haberse quedado, no ya solo por la representación histórica que hacen en sus películas, sino por el concepto mismo de un Indiana Jones sempiterno, sin la renovación generacional de James Bond, Batman o Doctor Who. Si ya en su anterior aventura, La calavera de cristal (2008), un sexagenario Harrison Ford se esforzaba por llevar el mismo sombrero pasado de moda y pegar los mismos saltos de un camión a otro, en esta última entrega, el ahora octogenario actor hace lo mismo. O lo intenta. Y vestido igual.



Tiene la película de Mangold un aire de despedida, sí, pero también de agotamiento. El Indiana Jones de Harrison Ford vive su aventura a regañadientes, con desgana, casi sin demasiada voluntad. Tal vez actor y personaje se hayan fusionado en una sola persona para transmitir al público un mismo sentimiento de hartazgo; ese mismo sentimiento que parece transmitir el actor últimamente en todos los revivals de héroes de hace cuarenta años, Blade Runner incluido. Indiana Jones tiene cara de Han Solo, y Han Solo tiene cara de cansado.
Resulta evidente que se trata de una película realizada para los adolescentes de 1985, y no para el público actual. Y resulta evidente que los adolescentes de entonces no necesitan muchos argumentos para sentirse interpelados en la sala de cine: el sombrero, el látigo, los nazis, el humor machirulo de siempre, y ya. No hace falta más. O eso parece. La lógica de la trama, el sentido del argumento o, sencillamente, una historia interesante son elementos prescindibles. Ni siquiera se da el entrañable juego de gato y ratón de las antiguas, donde Spielberg estiraba el McGuffin en una peripecia entretenida; ni se atisba el atractivo y el carácter que tenían aquellos secundarios que llenaban la pantalla y hasta vendían muñecos de plástico en los quioscos: en esta, incluso Banderas es anecdótico.
Sí es una buena película para los nostálgicos y amantes de John Williams. Resultará una obra entrañable para quienes añoren la época del VHS; de las cartas escritas en papel, las cabinas telefónicas y los sellos de Correos. Es un buen referente para los que ahora vuelven a comprar carretes de fotos y los mandan a revelar para luego escanearlos; o para quienes se compran libros en la feria que ya han leído en digital. Se trata de una película que resultará interesante, en definitiva, para quienes vistan los abrigos de sus padres y para quienes aman las canciones en vinilo.
O los periódicos en papel.